Casado y con dos hijos, este magistrado de aire obsecado se ha convertido en el ídolo de las mareas opositoras al PT, que le ven como un llanero solitario que pelea a pecho descubierto contra el mal que hunde al país.

Otros lo acusan de conducir la operación anticorrupción con un marcado sesgo político que contribuyó a minar las bases del gobierno de izquierda. Y que ahora busca anular a Lula para las elecciones presidenciales del 2018.

Una de sus decisiones más osadas - y arriesgadas - ocurrió el 16 de marzo: apenas dos horas después de que el expresidente Lula fuera nombrado ministro, el juez apretó el botón desde Curtiba y Brasil tembló de nuevo.

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Airado por la maniobra política que sacaba a Lula de su radar - si integraba el gobierno de Rousseff adquiría fueros ante la justicia ordinaria - Moro levantó el secreto sobre las escuchas realizadas al exmandatario, incluida una embarazosa conversación con la presidenta Rousseff a las 13H32 del mismo día, poco antes de perder la jurisdicción sobre él.

El movimiento, cuya legalidad fue intensamente cuestionada, impulsó a las calles a miles de brasileños que vieron en el diálogo un acta de defunción del entonces gobierno Rousseff. Pero numerosas voces advirtieron de que el juez había llegado demasiado lejos. Especialmente después de que trascendiera que él mismo había ordenado suspender las escuchas dos horas antes del polémico diálogo. "Sergio Moro consiguió lo increíble: convertirse en tan indefendible como aquéllos a los que intenta juzgar", comentó entonces Vladimir Safatle, columnista del diario Folha de San Pablo.

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