Por Pablo Noé
Director periodístico La Nación TV
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En el ejercicio del periodismo, como elemento para la construcción de la democracia, lo que implica convivir en el disenso, uno de los referentes más polémicos con los que converso con cierta frecuencia es el Dr. Leandro Prieto Yegros. El dirigente colorado tiene un mérito que es indiscutible, fue uno de los pocos que se mantuvo stronista después del golpe del 89 y lo asume públicamente.
Este era, efectivamente, uno de los motivos que me lleva a buscarlo como referente, discutir sobre la dictadura que él intenta defender con sus argumentos. Con el doctor, en lo único que coincidimos es en nuestro cariño hacia el Deportivo Recoleta, el mejor club del planeta, que está saliendo de la cuneta; después en casi nada. A pesar de ese disenso, él respeta mis posiciones y yo las suyas.
De las interminables discusiones que tuvimos públicamente, obtuve una serie de conclusiones, que en nada variaron mi postura contra el régimen sangriento y miserable de Alfredo Stroessner, que él intenta justificar. De todas las cuestiones que extraje de esas charlas, voy a emplear una para describir una realidad actual del país. Decía Prieto Yegros que "la historia no puede cortarse como un queso", refiriéndose a que el análisis de un hecho debe darse en un contexto geopolítico y social específico.
En tiempos de crisis en la Universidad Nacional de Asunción, me gustaría dar una mirada global al conflicto, que en estos días tuvo un incidente que casi desvió el foco del asunto para reducirlo a una cuestión legal. El martes pasado finalizaba la asamblea universitaria que consolidó un esquema en donde la paridad de estamentos se dejaba de lado, y los estudiantes quedaban con una participación residual y casi testimonial. En el reglamento se establecía una distribución inequitativa, los docentes y egresados no docentes poseen mayoría propia para decidir sobre el destino de la casa de estudios más importante del país.
Finalizado el acto, estudiantes que se manifestaban frente al local donde se realizó la asamblea, impidieron la salida de los participantes. Esto derivó en una orden fiscal de detención de los dirigentes, acción que posteriormente fue desechada. También hay que mencionar que horas después los asambleístas, se retiraron sin mayores inconvenientes. En el punto álgido de estos incidentes, las opiniones giraron en torno a la legalidad del acto de protesta y la decisión del Ministerio Público.
Como decía inicialmente, la historia no puede cortarse como un queso, es decir, no se puede dejar fuera del análisis la situación histórica de la UNA, con un presupuesto que por años fue dilapidado en beneficio de unos pocos. Esta realidad derivó en una movilización de alumnos que repudiaron estos hechos de corrupción lo que implicó una barrida de las principales cabezas de la institución. Allí se instaló un proceso que tenía como fin, una transformación profunda de la gestión académica y administrativa del ente.
A un año de los hechos, lo que aparentaba una causa común para todos los paraguayos sigue con un proceso judicial lento. En la institución el gatopardismo se instaló cambiando de nombres, con un esquema que sigue intacto. El trabajo de transformación real quedó trunco cuando se dejó de lado la participación cualitativa del sector estudiantil.
Entonces, más que pensar en la legalidad de los hechos, el punto de debate debe centrarse en la legitimidad de las acciones que buscan consolidar un diseño que derivó en casos de corrupción, en disminución de la calidad educativa, en privilegiar a claques; lo que en su momento generó la indignación de la gente que pidió que la UNA no se calle. Es decir el cambio debe ser integral, apostando a un futuro mejor para los estudiantes y en consecuencia para toda la sociedad.
La tajada de queso me dice que la mayor privación de libertad es robar la educación. Mirando el escenario general, es impostergable una transformación integral de la UNA. Los estudiantes nos están marcando este camino. Los otros nos demostraron que para nada son confiables.