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La inmigración ilegal procedente de México no tiene ni un siglo. Una ley en 1917 fue la primera en regular la frontera sur de Estados Unidos. Gradualmente le siguieron controles más estrictos durante el siglo XX, a menudo durante los puntos bajos de un ciclo recurrente de sentimiento hacia los inmigrantes. Los auges económicos han atraído a trabajadores a través del río Bravo, alentados por las empresas estadounidenses.

Las depresiones han conducido a la satanización de los inmigrantes. Los años 30 y 50 vieron deportaciones masivas indiscriminadas; en 1976 el presidente Gerald Ford se preguntó cuál era la mejor manera de "deshacerse de esos entre seis y ocho millones de extranjeros que interfieren con nuestra prosperidad económica".

El más reciente episodio de ataques "trumpianos" contra los inmigrantes encaja en el molde en un aspecto: sigue a una crisis económica. Pero también es extraño, porque la población indocumentada se niveló después del 2007. En el 2015 hubo solo 188.000 detenciones de mexicanos en la frontera, muchos menos que los 1,6 millones del 2000.

Esto es en parte porque la recesión redujo el magnetismo del mercado laboral de Estados Unidos. Pero también refleja una frontera mucho más segura –el número de agentes fronterizos se quintuplicó entre 1992 y el 2010– y la demografía cambiante en México, donde la tasa de natalidad ha estado cayendo desde principios de los 70.

Sin embargo, los inmigrantes que viven en Estados Unidos ilegalmente aún constituyen 5 por ciento de la fuerza laboral del país. Distinguir su impacto del de otros inmigrantes es complicado, porque son difíciles de identificar. Más bien, los investigadores dependen típicamente solo de la nacionalidad. Casi no hay manera de que los mexicanos poco calificados que no tienen familiares estadounidenses migren al norte legalmente. Como resultado, los mexicanos componen alrededor de la mitad de todos los migrantes que viven en el país ilegalmente, pero solo una quinta parte de todos los inmigrantes que viven en el país legalmente.

Los mexicanos tienden a estar menos educados que otros inmigrantes. En el 2014, casi 60 por ciento no alcanzaba a tener una educación media superior, comparado con menos del 20 por ciento de los inmigrantes de otros países, según el Centro de Investigación Pew, un grupo de análisis. Los migrantes que están viviendo en Estados Unidos ilegalmente tienen más probabilidad que los que viven en el país legalmente de trabajar en oficios poco calificados como servicios y construcción.

Entre los académicos, hay un debate vigoroso –y en ocasiones malhumorado– sobre el impacto sobre los salarios de la migración poco calificada, tanto legal como ilegal. Más recientemente, esto se ha centrado en una disputa entre dos economistas, David Card de la Universidad de California en Berkeley, y George Borjas de la Universidad de Harvard, en torno al efecto de un inesperado aumento en los migrantes cubanos a Miami en 1980 (los llamados "balseros de Mariel"). En 1990, Card concluyó que esta afluencia no tuvo efecto en los salarios de los trabajadores poco calificados en Miami; Borjas ahora ha revisado el análisis y afirma que los salarios de los desertores de bachillerato de hecho cayeron sustancialmente.

La disputa, sin embargo, es solo parte de un debate mucho más amplio. La mayoría de otras investigaciones concluye que los flujos de inmigrantes perjudican a por lo menos algunos trabajadores, como regularmente predice la teoría económica que debería ser cuando la inmigración cambia el equilibrio de habilidades en una economía. El debate gira en torno de quiénes precisamente sufren, y en qué medida.

Las conclusiones dependen de dos factores. El primero es cómo definir a los trabajadores poco calificados. A Card y a otros les gusta incluir a los graduados de bachillerato y a quienes desertaron de ese nivel educativo. En el 2014 había 64 millones de esos trabajadores de entre 25 y 64 años de edad en Estados Unidos. Borjas prefiere tratar a los desertores del bachillerato por separado en su investigación, de manera que los migrantes menos calificados compiten con menos trabajadores existentes: 20 millones, según el último recuento.

El segundo factor es si, entre aquellos que tienen una educación similar, los migrantes y los trabajadores nativos son sustitutos o se complementan unos a otros. En el 2011 un estudio realizado por Gianmarco Ottaviano y Giovanni Peri, dos economistas, concluyó que los inmigrantes parecen competir principalmente con otros inmigrantes, aun cuando se les controla por edad y educación.

Una explicación posible es que los nativos poco calificados responden a un aumento en la inmigración especializándose en empleos que hacen un mejor uso de su dominio del inglés. Ottaviano y Peri concluyeron que entre 1990 y el 2006, la inmigración tuvo un pequeño efecto positivo en los salarios de los trabajadores de origen estadounidense poco calificados, pero redujo los salarios de generaciones anteriores de migrantes en 6,7 por ciento.

Card dice que el "escenario del peor de los casos" es que la inmigración ha reducido los salarios de los desertores de bachillerato en alrededor de 5 por ciento a lo largo de 20 años, lo cual, comparado con el efecto de la tecnología y otras tendencias, no es mucho. Borjas dice que son posibles efectos mayores. Pero todos coinciden en que entre más trabajadores y nuevos inmigrantes puedan sustituirse unos a otros, más probabilidad hay de que la inmigración cambie los salarios relativos.

Si los trabajadores más comparables con los inmigrantes mexicanos que están viviendo en Estados Unidos ilegalmente son los inmigrantes que viven en el país legalmente, será más probable que hayan visto deprimirse sus salarios debido a la inmigración ilegal. Cualquier efecto de ese tipo probablemente habría sido agravado por el hecho de que las empresas que contratan a trabajadores que están fuera de los registros no necesitan pagarles el salario mínimo ni apegarse a otras regulaciones. Un sondeo de los trabajadores de bajos salarios en Chicago, Los Ángeles y Nueva York en el 2008 encontró que a 37 por ciento de los trabajadores que viven en Estados Unidos ilegalmente se les había pagado menos que el salario mínimo, comparado con 21 por ciento de los trabajadores migrantes que son residentes legales.

Los migrantes que entraron a Estados Unidos ilegalmente también podrían encontrar difícil cambiar de empleo, especialmente en estados que requieren que los empleadores revisen sus documentos. Su inmovilidad pudiera reducir su poder de negociación. Ciertamente parece entorpecer su crecimiento salarial.

En el 2009 Pew encontró que entre quienes habían estado en el país durante menos de 10 años, los migrantes con residencia legal ganaban 18 por ciento más que aquellos que no la tenían; entre quienes habían estado más de una década, la brecha era de un 42 por ciento. Es posible, sin embargo, que los salarios de estos dos grupos siguieran siendo bajos en relación con los de los trabajadores nativos.

El otro lado de los salarios bajos para los inmigrantes que viven en Estados Unidos ilegalmente, sin embargo, son los mayores beneficios económicos para aquellos que no están compitiendo con ellos por los empleos. Un raro estudio del efecto de los inmigrantes que entraron en el país ilegalmente concluyó específicamente que, en Georgia, un aumento de un punto porcentual en estos trabajadores en las empresas impulsó los salarios generales en alrededor de 0,1 por ciento. Una explicación es que esas empresas se benefician de una combinación más rica de habilidades dentro de su fuerza laboral. Otra explicación es que están compartiendo el botín de los ahorros que se originan de contratar a trabajadores en el mercado negro.

Si un presidente como Trump deportara a todos los inmigrantes que están viviendo en Estados Unidos ilegalmente, la economía sufriría en gran medida. Basta con preguntarle a Arizona, donde una represión sobre los inmigrantes que vivían en el país ilegalmente en el 2007 contrajo la economía en 2 por ciento, según un análisis privado realizado por Moody's, una agencia calificadora, para The Wall Street Journal. Los ingresos de la mayoría de los trabajadores caerían. Sin embargo, bastante extrañamente, aquellos mejor colocados para beneficiarse de una deportación masiva serían aquellos que cruzaron la frontera legalmente.

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