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SAN PABLO

Para muchos brasileños, el punto culminante de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro se dio en el estadio Engenhão empapado por la lluvia el 15 de agosto. Fue ese día cuando Thiago Braz ganó una inesperada medalla de oro –y estableció un récord olímpico– en salto con garrocha. La golpeada economía de Brasil no está cerca de lograr una hazaña que recuerde a alguien el salto de Braz. Pero quizá esté empezando a recuperarse.

Las señales siguen siendo tentativas. Las manufactureras están empezando a invertir de nuevo: las importaciones de bienes de capital se elevaron 18 por ciento en términos de dólares en junio respecto del mismo mes el año pasado, el primer incremento de un año a otro desde septiembre del 2014.

La producción industrial aumentó en junio por cuarto mes consecutivo después de dos años de declinación casi ininterrumpida. Las existencias de productos sin vender de las empresas están empezando a reducirse, y el número de camiones en las autopistas ha dejado de caer.

Las empresas no están dispuestas todavía a contratar más personas, dice Arthur Carvalho del banco Morgan Stanley, pero los despidos se han desacelerado. Eso está volviendo a los consumidores menos taciturnos; un índice de confianza del consumidor se elevó por tercer mes consecutivo en julio.

Después de reducir repetidamente sus pronósticos de crecimiento, el Fondo Monetario Internacional revisó recientemente su proyección para el producto interno bruto del año próximo. Ahora espera una modesta expansión de 0,5 por ciento en el 2017; en abril, el FMI no predecía crecimiento alguno. Algunos economistas del sector privado esperan que la tasa de crecimiento sea de hasta 2 por ciento el año próximo.

Gran parte del estímulo proviene de Brasilia, la capital, que parece estar avanzando hacia una resolución de la prolongada crisis política del país. El 25 de agosto, el Senado debe iniciar el juicio de impugnación de Dilma Rousseff, la impopular mandataria, bajo cargos de que manipuló cuentas gubernamentales.

Aunque ella niega esto, pocos observadores dudan de que será destituida de la presidencia, probablemente en septiembre. El vicepresidente, Michel Temer, que ha sido presidente interino desde mayo, ocuparía entonces el cargo durante los 28 meses restantes de su mandato.

Él ha levantado el ánimo simplemente por no ser Rousseff. La bolsa de valores ha estado en auge desde que él asumió el puesto. Más pro empresarial que la presidenta izquierdista y más astuto al tratar con el Congreso, Temer promete reformas que impulsan la confianza.

Un proyecto de ley para abrir los campos petroleros en aguas profundas a más inversión privada está abriéndose camino en el Congreso. Otro obligaría al regulador ambiental a decidir sobre las licencias para los proyectos en un plazo de 10 meses; esto puede tomar años actualmente, según se quejan los inversionistas. El 25 de agosto, el gobierno presentará una lista de empresas estatales que quiere privatizar. La pronunciada declinación del real desde el 2011 hace a las exportaciones de Brasil más competitivas, otro incentivo para el optimismo.

Nada de esto significa que la economía esté aún en buenas condiciones. Los ingresos familiares siguen declinando y se espera que la tasa de desempleo aumente en otro punto porcentual, a alrededor de 12 por ciento, antes de que empiece a descender en algún momento del año próximo. Los prestamistas y deudores siguen comportándose cautelosamente.

Una privatización de la empresa eléctrica estatal Goiás, planeada para el 19 de agosto, fue cancelada debido a que no atrajo ofertas de los inversionistas nerviosos. Los datos del PIB que serán dados a conocer este mes probablemente mostrarán que la economía siguió contrayéndose significativamente en el segundo trimestre de este año.

Para mantener viva la confianza, Temer debe reducir el déficit presupuestario, ahora en un alarmante 10 por ciento del PIB. De otro modo, las altas tasas de interés continuarán deprimiendo el crecimiento, o la inflación aumentará. Temer quiere enmendar la Constitución para congelar el gasto gubernamental en términos reales y reformar las pensiones excesivamente generosas.

Hasta ahora, sin embargo, ha aumentado el gasto. Persuadió al Congreso de relajar la meta de Rousseff para el déficit primario de este año (antes de pagos de intereses) del 1 por ciento del PIB al 2,5 por ciento. Aceptó grandes aumentos salariales en el sector público y concedió apoyo de deuda federal a los estados en bancarrota de Brasil.

Los colaboradores de Temer dicen que la generosidad ahora comprará el apoyo político para las reformas fiscales una vez que Rousseff sea removida del cargo. Los mercados lo creen: el costo de asegurarse contra el incumplimiento de pago sobre los bonos ha descendido. Pero los vítores desaparecerán a menos que Temer supere la elevada barra que ha puesto para sí mismo y para el país.

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