Por Óscar Germán Latorre

Hasta hace unos treinta años atrás, ir a observar un partido de fútbol con la familia se hacía sin más preocupaciones que el eventual resultado deportivo. No había barras bravas ni cuidacoches extorsivos.

Pero luego del golpe de 1989 regresaron al país miles de jóvenes que en la Argentina integraban las barras bravas de varios clubes, que desde mucho tiempo atrás eran generadoras de una inusitada y sangrienta violencia.

Esas malas prácticas rápidamente se instalaron en nuestros estadios y la violencia fue incrementándose en forma progresiva.

Hoy, ir a apoyar a nuestro equipo preferido es tan peligroso como participar en la guerra del Medio Oriente. No es necesario que te reconozcan como hincha del club contendor o que hayas incurrido en alguna provocación. Tu vida y la de quienes te acompañan se encuentran en grave peligro por el solo hecho de estar en las inmediaciones y aun alejados del escenario deportivo. Lo ocurrido en la ciudad de Luque hace unos días atrás es un vergonzoso ejemplo de lo que estoy señalando.

Pretender corregir esa irracional agresividad haciendo reuniones o dando consejos a esos criminales constituyen estrategias destinadas al fracaso. No se puede pedir racionalidad a grupos cuyos integrantes, en no pocos casos, se encuentran bajo los efectos de la droga y el alcohol. La Policía ha reconocido reiteradamente que no puede controlar o reprimir fácilmente la violencia que se genera en los estadios y sus inmediaciones por parte de estos delincuentes. No existe una política criminal eficiente para prevenir estos hechos.

Esta violencia ya ha producido innumerables víctimas inocentes en estos años; muchos han perdido la vida y otros han sufrido graves lesiones, con daños físicos irreversibles. Para colmo, varios de ellos ni siquiera tuvieron tiempo de comprender cómo, en cuestión de segundos, fueron víctimas de la irracional violencia de unos salvajes, de unos vándalos, de simples criminales que dicen ser hinchas de fútbol, pero que no lo son.

Pero a ese estado de inseguridad se han agregado nuevos elementos para incrementar la ola de violencia. Los dirigentes deportivos después de una derrota se acostumbraron a generar comentarios que incrementan la ira, el descontrol y la violencia de los hinchas. Algunos han hecho costumbre este sistema de culpar a árbitros y a dirigentes de otros equipos por la derrota, tratando de evitar ser objeto de la ira de sus propios hinchas. En tiempos recientes hay casos concretos en los que importantes dirigentes deportivos, con total desenfado y hasta con descarada hipocresía, han recurrido a esta estrategia.

Los hinchas, los dirigentes, los técnicos y los jugadores deben comprender que son partes de un espectáculo deportivo, que debe culminar con el pitazo final del árbitro. Las mentiras y la incitación criminal de algunos no permitirán rever los resultados y solo generarán un ambiente de mayor violencia.

La declaración de un dirigente o de un técnico que ha perdido completamente el control y la racionalidad es siempre material para que algunos periodistas sensacionalistas se aprovechen de ese descontrol e incrementen cuando no generen ellos mismos una verdadera guerra a través de los medios de comunicación y de las redes sociales.

Lamentablemente, la inseguridad aumenta día a día, al igual que la sorprendente violencia con la que algunos ciudadanos pretenden resolver sus conflictos.

En este sentido, el caso del Dr. César Pimienta es un antecedente realmente preocupante. Le dispararon en su propia oficina y seguidamente la victimaria, sin ruborizarse, relató lo ocurrido explicando los motivos de su accionar.

Estamos ante un crimen, un hecho punible de homicidio doloso en grado de tentativa, que es tan grave como el homicidio acabado.

No pretendo defender a Pimienta ni crucificar a Teresa Maidana, pero los no pocos comentarios periodísticos y las reacciones por las redes sociales han pretendido justificar la acción de la victimaria.

Evidentemente hemos perdido completamente la noción de lo bueno y lo malo, al punto que hasta justificamos un crimen. Y estoy seguro de que el caso Pimienta no será el primero ni el último que generará situaciones semejantes. Si justificamos el crimen fomentaremos nuevos episodios de violencia, que no benefician ni a la víctima ni al victimario, pero sí afecta a la seguridad pública y a las condiciones de vida de los ciudadanos de este país.

Este juego que estimulan algunos es demasiado peligroso y llegará el momento en que si no se adoptan medidas necesarias se constituirá en un problema sumamente grave y de difícil y muy compleja solución. Lo malo es que somos nosotros mismos, los ciudadanos, quienes por intereses políticos, por falta de análisis o por una coyuntura del momento estamos cavando el pozo que servirá para nuestras propias tumbas o el de nuestros parientes y amigos.

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