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Si usted analiza los titulares, el riesgo geopolítico está en niveles récord, con el populismo y el conflicto en Europa, un intento de golpe de Estado en Turquía, una elección tensa en Estados Unidos, la extendida amenaza del terrorismo y las tensiones en el Mar de la China Meridional.
Si se asoma a la pantalla de los precios accionarios, sin embargo, todo parece estar bien. Este mes, el índice S&P 500 de grandes compañías estadounidenses alcanzó un nuevo nivel.
El inversionista Benjamin Graham describió al mercado accionario de Estados Unidos como un maniaco depresivo, pero ahora parece ser uno de los últimos optimistas incorregibles del planeta.
Los inversionistas están convencidos de que la perspectiva para las utilidades corporativas ha mejorado. Durante los últimos cuatro trimestres, los ingresos por acción para el S&P 500 han estado declinando en alrededor de 12 por ciento en comparación con el año anterior.
Eso ha reflejado al dólar fuerte, que resta valor a los ingresos extranjeros, junto con una caída en las compañías energéticas y de materias primas. Las ventas mundiales de Coca-Cola han aumentado en términos de divisas locales pero declinado en dólares, y las utilidades de Exxon Mobil han caído en 80 por ciento comparado con hace dos años.
Ahora, sin embargo, los mercados creen que estos problemas están desapareciendo. El dólar y los precios petroleros se han estabilizado, y la economía interna parece estar en una situación para las utilidades que es digna de Ricitos de Oro: ni demasiado caliente ni demasiado fría.
Está creciendo con la suficiente fuerza para mantener en movimiento la demanda de productos, pero en lo que va de este año los salarios, o costos laborales, han estado aumentando a un índice anual de solo entre 2 y 3 por ciento.
Esto permite al Estados Unidos corporativo ser perezoso pero altamente rentable. Además, las compañías están usando los altos ingresos para pagar recompras de acciones, las cuales han estado llegando a 165.000 millones de dólares por trimestre, ayudando a apuntalar los precios accionarios.
Una mayoría de los analistas aún espera que las utilidades caigan durante el segundo trimestre pero luego aumenten, y fuertemente, para fines de este año. ¿Cuán sensata es esta expectativa? Una objeción es que un mercado laboral restringido podría significar que finalmente aumenten las presiones salariales.
Un aumento del 5 por ciento en los salarios, si todo lo demás permanece igual, reduciría las utilidades en alrededor de 15 por ciento. Sin embargo, esto no es lo que espera la Reserva Federal, ni el mercado de bonos, que está tomando en cuenta un largo periodo de inflación y tasas de interés bajas.
Un riesgo aun mayor, pero uno que es más difícil de cuantificar, es el efecto a más largo plazo de un clima político tenso sobre las utilidades corporativas.
Las compañías tienen ingresos y un flujo de efectivo en niveles inusualmente elevados en relación con el PIB, mientras que la participación de la producción que se destina a los trabajadores está deprimida. Ambos bandos de la campaña presidencial han atacado a las grandes compañías, las cuales muchas personas sienten que se están beneficiando de una economía inclinada a su favor.
¿Cómo podría traducirse ese sentimiento en utilidades más bajas? La presunta candidata demócrata Hillary Clinton ha prometido ejercer presión sobre la fijación de los precios de los medicamentos, y 14 por ciento de todas las utilidades en Estados Unidos son percibidas por las compañías de atención médica. Su partido también ha prometido un enfoque más firme en torno a la política de competencia, lo cual perjudicaría a las empresas de tecnología con grandes participaciones de mercado.
El candidato republicano Donald Trump podría seguir una agenda proteccionista que será dolorosa para las grandes compañías que operan en el extranjero o que dependen de insumos importados, porque alrededor de dos quintas partes de las ventas de las empresas del S&P 500 se producen en el extranjero.
Ambos partidos pudieran buscar adoptar medidas enérgicas contra las generosas exenciones fiscales para las utilidades extraterritoriales.
Sin embargo, los inversionistas están menospreciando estas preocupaciones, quizá estimando que las promesas de campaña serán discretamente olvidadas. Por ejemplo, analistas esperan que los ingresos por acción de las empresas farmacéuticas casi se dupliquen para el 2018.
Quizá sea una ilusión. El sector bancario fue la primera industria en Estados Unidos en ser duramente golpeada por una reacción populista, y es improbable que sea la última. Sus ingresos se vieron afectados; el rendimiento sobre el capital de los bancos se ha reducido a la mitad durante la última década.
No es coincidencia que el director ejecutivo que ahora hace más por desactivar el descontento popular pertenezca a la banca: la semana pasada, Jamie Dimon de JP Morgan Chase anunció que 18.000 de sus empleados de base verían un aumento salarial de 10 dólares por hora a entre 12 y 17 dólares. Quizá no sea el último en hacer esos gestos.