Por Emilio Agüero, Pastor

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Existe una idea muy generalizada de que la salvación de nuestras almas depende más del concepto que cada uno tengamos de nosotros mismos, que de lo que dicen las Escrituras, en las cuales se manifiesta el verdadero Dios.

Personalmente, creo que a muy pocos realmente les interesa lo que ocurra después de esta vida. En la psiquis de la mayoría de las personas no anida una verdadera preocupación por nuestra eternidad, aunque digamos que no es así. ¿Cómo lo sé? Por la forma en que se vive.

Aunque en mayor o menor medida estamos o fuimos formados de manera religiosa, y la mayoría dice creer en Dios (sea cual sea su concepto de Dios) y en la vida después de la muerte, incluso en la probabilidad de un cielo y un infierno, la verdad es que, a mi criterio, poco le importa eso a la mayoría.

Muchos usan la fe y la esperanza de la vida después de la muerte solo como un escudo psicológico ante el vacío y la intrascendencia de una vida solo centrada en el aquí y el ahora y en la materia.

Frases como "La vida es una sola" han calado profundamente al punto que, si pensamos de manera desapasionada, nadie vive conforme a un posible juicio después de la muerte, sino que vivimos según nuestros criterios, aprovechando al máximo el momento y de espaldas a los consejos divinos de la Biblia.

De alguna manera, la mayoría es como un "ateo funcional", aunque diga creer en algún Dios. Los verdaderos creyentes y los preocupados por su eternidad son en realidad pocos y esos pocos están así porque el Espíritu Santo se les reveló a través de un estudio sincero de las Escrituras, que es el lugar donde Dios nos expresa su voluntad.

La mayoría se cree justo cuando se juzga a sí mismo. Casi no conozco personas que reconozcan su maldad intrínseca. Nadie se considera verdaderamente merecedor de un castigo divino, ni los más perversos. Por lo general justificamos nuestros actos con razonamientos y excusas que desvíen la culpa de nosotros mismos. Pero la verdad es que, ante Dios, somos responsables de nuestros actos y no hay justificativos que valgan a la hora de comparecer ante Él.

"No soy tan malo, hay peores", "Cierto, fallo, pero sin querer", "Soy lo que soy por culpa de…", "Soy una persona caritativa", "Me voy a tal iglesia"… Y así podemos nombrar innumerables comentarios de la gente mostrando su bondad o justificando sus pecados.

Ser religioso no te hace salvo. Ser católico no te hace salvo, tampoco evangélico o de ninguna otra religión. Creerte bueno no te hace salvo. Hacer caridad o ser educado no te hace salvo. Tener tu propio "dios", fabricado según tus gustos no te hace salvo.

Tu moralidad o escala de valores no te hacen salvo. Creer que eres salvo no te hace salvo. La única manera de ser salvo es "naciendo de nuevo" (Juan 3), a través de la fe en Cristo (Ro 10.9, 10). ¿Cómo sabes que le tienes a Cristo?, pues lees la Biblia, la amas, la crees y riges tu vida de acuerdo a ella (1 Juan 2.4, 6).

"Jesús dijo: si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14.5).

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