Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

La experiencia es el conocimiento de algo, o la habilidad para ello, que se adquiere al haberlo realizado, vivido, sentido o sufrido una o más veces. También se la define como el conjunto de conocimientos que se adquieren en la vida o en un período determinado de ésta.

Deriva del latín y está relacionada a experiri, que significa comprobar. La vida se nutre de las experiencias. Un hecho, un evento, una situación, todo está inexorablemente unido al mundo de las experiencias. Y ellas son fuentes indispensables para el desarrollo de la vida. Su significación está unida al verbo conocer y éste permite que su horizonte sea inagotable.

Lo que se aprende a través de la experiencia es denominado por los filósofos como conocimiento empírico. Durante toda la existencia, cada experiencia ayuda a conocer y es una forma elemental y relevante para cultivarse interiormente. Al vivirlas se forman los criterios para el desenvolvimiento de las acciones venideras.

El registro de lo acontecido activa la apertura de emociones basadas en aquello que se ha conocido. Hay un encuentro sostenido entre la emocionalidad y la experiencia vivida. Y ese vínculo se repite constantemente, en cada acto practicado. Se producen enseñanzas que natural y simplemente se adquieren y se constituyen en lecciones aprendidas.

Desde las experiencias también se reconocen los sentimientos. Lo que se vive se siente. Surgen inicialmente las sensaciones que conceden percibir lo acaecido. Así se entablan procesos de adquisición de conocimientos que enhebran la creación de actos posteriores.

Las impresiones generan connotaciones valorativas acerca de lo sentido y facultan la creación de los mecanismos que facilitan el recuerdo sensorial almacenado. La exploración de la memoria es inmediata y su alcance se extiende conforme a los requerimientos que suscitan el interés de traer a colación tal o cual vivencia.

Las experiencias pueden intentar repetirse, algunas veces suceden esporádicamente, otras con mayor asiduidad, si bien en cada aparición es viable que haya particularidades de la ocasión, el rasgo general las ubica dentro de un parámetro conocido que lo denota como tal.

Las experiencias vivifican los sufrimientos, los encantos, las hazañas, los desencuentros, las injusticias, los placeres y todo lo que a cada ser humano le sucede. De igual forma, la sociedad genera sus propias experiencias. Son colectivas, involucran a grupos, espacios y sectores que participan dentro de la misma.

Hay una asociación lógica entre ambas experiencias, por ejemplo, si un ciudadano pregona con el ejemplo el cuidado de la limpieza en los ambientes públicos, seguramente lo hace en su vida privada. La experiencia se transmite. Se puede compartir.

Se enseña con el testimonio. Un niño observa lo que el adulto hace y, probablemente, no hacen falta palabras para reforzar lo hecho. Esto puede relacionarse con y en cualquier actividad. Si la experiencia motiva ideales, estos serán buscados por quienes los han visto de forma práctica en otros.

Las experiencias pueden intentar repetirse, algunas veces suceden esporádicamente, otras con mayor asiduidad, si bien en cada aparición es viable que haya particularidades de la ocasión, el rasgo general las ubica dentro de un parámetro conocido que lo denota como tal. Es posible que se transformen en hábitos que tengan su impronta e impacten frecuentemente. Que se complementen con el aprendizaje formal, que se unan al saber de las ciencias, que se dispongan a mejorar su saber hacer.

Las experiencias aceptan la elección de vivirse. Tienen muchas apreciaciones lingüísticas, tales como desafíos, intenciones positivas, modelos a seguir y aprendizajes superadores, entre otras. Por lo tanto, la generación de nuevas experiencias puede basarse en las anteriores como en las que se abren paso, porque se han ido construyendo genuinamente por medio de una voluntad decida a construirlas.

Esto puede trasladarse para el abordaje de los problemas, dado que pueden constituirse en una puerta hacia lo consecución de nuevas soluciones o en una tendencia a volver, de alguna manera, a lo que originó el surgimiento de los mismos.

Toda experiencia puede dejar una lección, la misma debe ser revelada por quien o por quienes la han vivido. Esto admite una eventual elección sobre si volver a repetirla o no. Entonces puede recurrirse a parámetros integrales que ayuden a discernir sobre su valor. De lo expuesto pueden emanar muchas preguntas, entre ellas, ¿qué experiencias favorecen el crecimiento de nuestras vidas? y ¿qué experiencias forjamos en los ámbitos sociales que frecuentamos?

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