Por Josefina Bauer.

socia del Club de Ejecutivos

El año pasado participé de un programa de desarrollo personal donde uno de los ejercicios prácticos trataba del "Dar y Recibir". Éramos unas 25 personas que participamos del proceso. Cuando concluimos y dimos el feedback, me llamó poderosamente la atención que prácticamente todo el grupo se sintió más cómodo dando que recibiendo, hubo algunos que se sintieron igual en ambos momentos, pero la gran mayoría prefirió el rol de dar.

En la lógica racional siempre nos gusta recibir, ya sean cosas materiales, cariño, atenciones, halagos, sorpresas. Sin embargo, en la realidad emocional, los sentimientos que provoca el dar son tan poderosos que difícilmente pueden ser compensados por el recibir algo a cambio.

Analicemos el momento del año cuando se abren los presentes en Navidad. La familia completa, los regalos debajo del árbol y empieza el jolgorio de intercambiar regalos o que los niños abran los regalos que con amor les compraron. Generalmente estamos más concentradas viendo si les gustaron los regalos que hicimos, si era lo que estaban esperando, si superaron las expectativas, que abriendo los regalos propios… El momento de abrir mis regalos llega cuando alguien me pregunta si me gustó y esto se da por la expectativa de la otra persona al dar.

¿Por qué se da este efecto?

Cuando damos algo desinteresadamente, recibimos mucho más en una sonrisa que el esfuerzo que nos implicó el dar. Ese agradecimiento sincero suma mucho más que esa cosa, acción o servicio dado. Realmente cuando damos con amor, nos damos a nosotros mismos un gran placer.

Es el simple placer de dar.

Pero dar no siempre implica dinero. Es cierto que hay gente que necesita más que nosotros, que podemos ayudar y dar dinero a un hogar carente, apoyando con una rifa, a una fundación, pero ese dar otorga el regocijo interior siempre que lo hagamos con amor. Hagan el intento de dar un abrigo a una persona indigente una noche de frío… la plenitud recibida por esa sonrisa sincera, por ver que el otro automáticamente se abriga, por saber que al menos esa noche pasará menos frío, llena mucho más que el valor del abrigo.

Otra forma de dar es compartir conocimientos, explicar una fórmula, una función, una dirección, enseñar algo que sabemos. La sensación de regocijo puede llegar meses o años después, pero saber que una persona sobresale, crece personal o profesionalmente gracias al apoyo que le diste da un placer incalculable. No hace falta recibir agradecimientos o sonrisas, sino tener la certeza que tu pequeña semillita floreció y que ya cumpliste con tu parte.

Siempre hay un prójimo a quien dar. Solo tenemos que verlo con el corazón y no con los ojos para recibir a cambio la bendición que implica este acto.

No esperemos las gracias del otro. Seamos simplemente agradecidos por la oportunidad que tenemos de experimentar nuestra generosidad o la simple satisfacción de haber dado. Ya sea respondiendo a una actitud emocional o al reto de la razón que nos impele nuestra condición humana.

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