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Cada vez que los comentaristas dicen que los rendimientos de los bonos no pueden bajar más, los mercados se complacen en demostrar que están equivocados.
Después de la impactante decisión de Gran Bretaña de abandonar la Unión Europea, los rendimientos cayeron de nuevo: El ingreso sobre los bonos de la Tesorería de Estados Unidos a 10 años alcanzó un nuevo récord a la baja, y los rendimientos alemanes y japoneses se encaminaron más a territorio negativo.
La perspectiva de que la política monetaria seguiría siendo complaciente también ayudó a que las acciones en Wall Street alcanzaran nuevas alturas.
Las tasas de interés son el aceite en el motor del sistema financiero, ayudando a que el capital fluya de un área a otra. Hay una razón por la cual las tasas han sido positivas en los últimos tres siglos, pese a las guerras mundiales y la Depresión: el sistema no está diseñado para un mundo de tasas ultra bajas, ya no digamos negativas.
La actividad tradicional de la banca es recibir dinero de los depositantes y prestarlo, a tasas más altas y por períodos más largos, a los prestatarios. Por tanto, un impulsor importante de las utilidades es la forma de la "curva de rendimiento", la gráfica de las tasas de interés en diferentes duraciones.
Mientras menor sea la diferencia entre las tasas a corto y largo plazo –más plana sea la curva de rendimiento, en la jerga financiera–, más difícil es que los bancos generen dinero.
Los problemas se vuelven incluso mayores cuando los rendimientos sobre los bonos se acercan a cero. Los bancos enfrentan la resistencia de los depositantes si tratan de cobrarles por el privilegio de tener dinero en una cuenta. Aun cuando el rendimiento sobre los activos de los bancos decline, es difícil que reduzcan el costo de sus obligaciones.
Por tanto, cuando un banco central impone tasas de interés negativas a las reservas que los bancos comerciales tienen en él, como han hecho los de Europa y Japón, es difícil que las instituciones bancarias transfieran este costo a los depositantes. Las tasas negativas actúan como un impuesto sobre las utilidades del banco.
Según Jason Napier, analista del banco UBS, hay otro factor que interviene. Muchos bancos comerciales poseen carteras de bonos gubernamentales, en parte porque los reguladores requieren que mantengan una existencia de activos líquidos a la mano. Los pagos de interés sobre esos bonos antes era una útil fuente de ingresos. Sin embargo, conforme los bonos más antiguos de rendimientos más altos maduran, están siendo reemplazados con activos de mucho menor rendimiento.
Napier estima que este factor recortará las utilidades de los bancos europeos en 20 por ciento en el curso de varios años. Compensar este efecto será difícil. Se tendrán que reducir los costos en 10 por ciento o los bancos tendrán que cobrar a sus deudores un 0,3 por ciento adicional al año.
Sin embargo, realizar el segundo truco no sería económicamente útil, porque los banqueros centrales están tratando de reducir, no aumentar, el costo del endeudamiento corporativo.
Los bancos no son las únicas instituciones que resultan afectadas. Las compañías de seguros seguían el modelo de Warren Buffett para generar dinero: Cobrar primas por adelantado, invertirlas sensatamente y usar los rendimientos para crear un colchón contra las malas noticias en el frente de las coberturas.
En estos días, gracias a las regulaciones, las aseguradoras tienen poca exposición a los activos riesgosos como los valores. Compran bonos para igualar sus activos con sus obligaciones. Ahora, sin embargo, las compañías de seguros en Alemania y Suiza están atascadas con productos de ahorro que vendieron en épocas más felices, los cuales garantizan rendimientos muy por encima de los rendimientos actuales. Un problema similar afectó a las aseguradoras japonesas en los años 90 y la década del 2000.
Las compañías de seguros que tienen subsidiarias de administración de activos tienen cierta protección ante esta presión. Los productos de ahorro que venden no están garantizados, ofreciendo más bien rendimientos vinculados con los mercados financieros.
Sin embargo, el impacto de los bajos rendimientos está exprimiendo lentamente también a las administradoras de activos: los clientes tienden a notar el impacto de las comisiones mucho más que antes cuando los rendimientos eran de dos dígitos.
Las nuevas operaciones están gravitando hacia fondos de bajo costo cotizados en bolsa e indexados. Un problema similar aflige a los bancos privados, cuyos clientes ricos están empezando a darse cuenta del impacto de las comisiones.
En cierta forma, el problema de cada sector es una manifestación del mismo fenómeno. Las tasas de interés a corto plazo y los rendimientos de los bonos gubernamentales son las tasas libres de riesgos que forman la base de todos los rendimientos financieros.
El rendimiento esperado sobre los valores comprende la tasa libre de riesgos más una bonificación para tener en cuenta la volatilidad del mercado accionario y el riesgo de la pérdida de capital. Una buena parte de los ingresos de las compañías de servicios financieros es la "tajada" que ellas toman de estos rendimientos. Ahora simplemente hay menos rendimientos que compartir.
La ironía es que las tasas bajas inicialmente fueron ideadas como una política para salvar al sector financiero y, a través del mecanismo de un crédito más alto, al resto de la economía. Muchos votantes protestaron por el rescate de las mismas instituciones que causaron la crisis. Esos detractores solo pueden consolarse con el hecho de que ahora las mismas políticas están sofocando lentamente a la industria.