Por Richard E. Ferreira-Candia
Periodista, analista y docente
No será nuevo ratificar que el Poder Judicial, independientemente a las posturas políticas e ideológicas que se puedan dar en un contexto cada vez más polarizado, nunca demostró voluntad de acompañar la complicada tarea de lograr una verdadera justicia.
La crítica no es nueva, como se sabe, pero es necesario enfatizarla y ratificarla una y otra vez, acompañando el justo reclamo ciudadano de contar con un sistema judicial que garantice igualdad y no se centre solo en castigar a los ladrones de gallinas, sino también a los responsables de los robos al Estado, y a los que, amparados en el poder, nunca son investigados.
Esta Justicia tiene una enorme deuda con la sociedad, que ya es un grave problema. Pero además de eso, se suma la ceguera de los propios administradores de ese poder, que sostienen un esquema que privilegia el interés político en contramano a la imparcialidad que debe existir en todas las instancias y para todos los casos.
Cuando se habla de impartir justicia no solo debemos referirnos a los fallos judiciales a cargo de los jueces, sino al conjunto del proceso judicial, en el que también está como primer eslabón el Ministerio Público, con los fiscales que tienen a su cargo investigar, procesar y acusar a los que infringen las leyes. La actuación de este estamento, en buena parte de los casos, es lamentable.
El problema no solo está en la estructura judicial, sino también en el sistema político, desde donde se intenta y se logra manejar un poder que debería ser independiente. La inclinación de la balanza hacia un sector está generalmente cargada por los favores políticos, porque el mecanismo de integración y designación de magistrados permite una directa injerencia de la clase política.
El caso de la matanza en Curuguaty fue una gran prueba para la Justicia de los últimos tiempos. Fuera del fallo del Tribunal de Sentencia, que tiene sus defensores y detractores, se debe afirmar con claridad que la Justicia se ha aplazado, una vez más. No hay otra forma de describir la actuación de un poder que antes que generar confianza, causa dudas y rechazos. Una Justicia con credibilidad, basada en un sistema que se ajuste estrictamente a los procedimientos, lograría que sus fallos sean aceptados y no cuestionados. Pero estamos lejos de esa Justicia y se demostró, una vez más, con una sentencia que tiene más olor político, ideológico e incluso racista, como describió un amigo.
La Justicia actúa como una serpiente venenosa. Muerda o escupa a su presa, su veneno causa el mismo efecto de inmovilidad y actúa directamente sobre el corazón y el sistema nervioso, hasta llevar a la muerte.
El comandante analizaba así la condena a los 11 campesinos por el caso Curuguaty, que ha desatado una serie de cuestionamientos a la Justicia y a los poderes fácticos que, evidentemente, dominan el país. Compartiendo nuestro acostumbrado café negro, sin azúcar, en el Café Literario, nos preguntábamos en qué lógica puede darse condenas sin pruebas contundentes.
Decíamos la semana pasada, Ferreira, que "la justicia es como las serpientes, solo muerde a los que están descalzos", dijo al recordar la frase de monseñor Romero, que habíamos analizado hace 8 días y que calza perfectamente en el caso Curuguaty. En la misma línea de análisis, coincidimos en que la propia Justicia reconoce que solo se investigó el caso de la muerte de los 6 policías, pero nunca la de los 11 campesinos, de entre ellos 7 u 8 ejecutados, según las investigaciones de organizaciones sociales.
Como sabe usted, Ferreira, la piel de la serpiente está cubierta de escamas y el organismo les hace cambiar periódicamente esa cobertura. Si tomamos esta descripción y la comparamos con lo que es la Justicia hoy, podemos señalar que hay cambios de hombres cada tanto, de la superficie, pero la "serpiente" sigue siendo la misma. No cambió nada.
Luego de tomar un poco de su café, señaló que la Justicia que tenemos en Paraguay es una de las más peligrosas. Es una venenosa. Explicó, como si fuera un experto, que las serpientes venenosas tienen un líquido mortal compuesto de proteína y enzima; que la primera causa efectos tóxicos y la segunda afecta al proceso de digestión de la presa. Algunas de ellas –añadió– pueden no solo morder, sino incluso escupir su veneno.
Ferreira, la Justicia actúa como una serpiente venenosa, aseguró luego el comandante, para luego agregar: En cualquiera de los casos, muerda o escupa a su presa, el veneno causa los mismos efectos de inmovilidad y actúa directamente sobre el corazón y el sistema nervioso, hasta llevar a la muerte. Es lo que pasó en el caso Curuguaty. Fuera de las especulaciones y fanatismos políticos e ideológicos, la condena a los campesinos fue un veneno que afectó directamente al corazón y causa una rápida muerte de ilusiones, de los condenados, de las víctimas y familiares, y de la esperanza, esa que tenemos de que este poder alguna vez actué con verdadera justicia.
El comandante siguió con la comparación. Una serpiente venenosa nunca dejará de ser lo que es, hasta que muera. La Justicia paraguaya, al parecer, tampoco. O encontramos la cura para cuando muerda, o se le debe quitar el veneno antes que lo haga. Las dos opciones son complicadas y peligrosas.
Nos vemos, dijo. Eso.