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Piense un momento en Brammer, un proveedor británico de cojinetes y otro equipo industrial para fábricas en Europa. El exportador se jactaba de haber tenido ingresos de 960 millones de dólares el año pasado, pero las ventas bajaron antes del referendo.
Brammer ahora enfrenta una crisis, en medio de advertencias de un desplome de la demanda y dolores de cabeza cambiarios porque la empresa tiene mucha deuda denominada en dólares y euros. Para el 5 de julio, su precio accionario había declinado en dos tercios desde el día de la votación, más que cualquier otra compañía cotizada en Londres.
Si Brammer es un competidor por el título de la compañía más afectada por el Brexit, no está sola en esa sombría situación. Según una medición de la conectividad mundial –que combina los índices de préstamos transfronterizos, relaciones legales, centros de almacenamiento de datos, etcétera–, la economía de Gran Bretaña es una de las más abiertas del mundo.
Los ingresos generados por las compañías extranjeras gracias a sus inversiones en Gran Bretaña representan 90.000 millones de dólares, equivalentes a alrededor del 10 por ciento de todas las utilidades hechas por las 500 principales compañías europeas cotizadas públicamente, o aproximadamente un 1 por ciento de las utilidades empresariales mundiales.
Muchos de estos inversionistas han hecho apuestas en el mercado interno de Gran Bretaña, el cual anteriormente había sido boyante, pero ahora enfrenta el riesgo de recesión.
Li Ka-shing, un magnate de Hong Kong, posee empresas de servicios públicos y una red móvil. Wal-Mart controla Asda, una cadena de supermercados. Inversionistas de Qatar han acumulado propiedades inmobiliarias comerciales. Ferrovial, una compañía de infraestructura española, tiene intereses en una serie de aeropuertos británicos, incluido el Heathrow de Londres.
La nueva economía no es inmune al pesimismo. Por ejemplo, analistas ven debilitarse las perspectivas de ingresos de Netflix y su servicio de video en línea por un crecimiento del PIB más lento en Gran Bretaña y el resto de Europa.
Los fabricantes de autos enfrentan un doble revés. Primero, se ha puesto freno a un mercado que había sido uno de los más grandes y de más rápido crecimiento en Europa. Los automovilistas en Gran Bretaña compraron 2,6 millones de autos nuevos en el 2015, pero Exane BNP Paribas ahora espera una declinación del 10 por ciento en la demanda en el segundo semestre de este año, más una caída del 10 por ciento adicional a principios del 2017.
Podría seguir una declinación en toda Europa. Morgan Stanley sugiere que las ventas de autos, que alguna vez se pronosticó crecerían en 5 por ciento este año, ahora aumentarán en solo 3,7 por ciento. En el 2017, sugiere el banco, es posible una contracción del 2,2 por ciento.
Segundo, el Brexit amenaza el acceso de los fabricantes de autos a los mercados de exportación europeos. Dos tercios de todos los vehículos producidos en Gran Bretaña se exportan a la UE, y los modelos destinados al mercado masivo vendidos con menores márgenes –como los producidos por Honda, Nissan y Toyota– son más vulnerables a las oscilaciones cambiarias o cualquier arancel futuro.
Poco sorprende que el director ejecutivo de Nissan, Carlos Ghosn, dijera esta semana que "estamos un poco preocupados".
Para otros exportadores, como Nippon Sheet Glass, que en el 2006 compró Pilkington, un fabricante británico de vidrio, y BASF, un gigante químico alemán que opera 10 plantas en Gran Bretaña, cualquier pérdida de acceso al gran mercado de la UE sería desastroso. Alrededor de 80 por ciento de lo que BASF produce en Gran Bretaña se exporta, en gran medida a la Europa continental. Los proveedores aeroespaciales como GKN Aerospace, que vende 67 por ciento de su producción a clientes de la UE, están expuestos de manera similar.
En comparación, las compañías que tienen sus oficinas centrales en Londres por razones culturales, legales y fiscales, pero que tienen poca exposición a la economía británica y no usan a Gran Bretaña como un centro de exportaciones –compañías como SAB Miller, una cervecera, o Arcelor Mittal, una siderúrgica– no se verán perturbadas por una recesión y la declinación de la libra. Las promesas de reducir los impuestos corporativos de Gran Bretaña a menos de 15 por ciento los alentará también, aun cuando molesten a los socios europeos del país.
Unas cuantas profesiones selectas incluso podrían prosperar gracias a la turbulencia y el divorcio de Gran Bretaña de la UE: abogados, cazadores de talento, consultores fiscales, compañías de reubicación, negociadores comerciales en ciernes y pronosticadores pudieran ser muy demandados.
Esta semana, por ejemplo, KPMG, una firma contable, anunció un nuevo "director del Brexit". No fue Boris Johnson.