Por: Emmanuel Báez Rodríguez

@mrtenno

Mi novia y yo somos del tipo de personas que se ponen a ver videos en Youtube cuando más trabajo hay. Lo sé, eso no habla tan bien de nuestras responsabilidades, pero descubrimos que las tareas pendientes las llevamos mejor a cabo bajo presión; o al menos eso nos decimos como excusa para no sentirnos mal al respecto.

En una de las tantas noches mirando videos, cuando estábamos intentando quedar embarazados, empezamos a ver videos de parejas que sorprendían a sus padres con el anuncio del embarazo. "Tenemos que hacer algo parecido", nos dijimos después de unas cuantas horas de ver emotivos videos de personas sorprendiendo a sus padres.

Los videos iban desde sencillos comunicados familiares, donde la hija o el hijo entregaba una carta a los padres, hasta producciones bien desarrolladas que solían incluir mucha utilería y trabajo audiovisual. Hablamos bastante sobre cómo lo haríamos, sin llegar nunca a ningún acuerdo porque simplemente había demasiadas ideas; aunque pensábamos que tenía que ser algo especial y memorable porque llevábamos varios meses intentándolo.

Descubrimos que mi novia estaba embarazada una noche, lo confirmamos por la mañana, y una hora después estábamos en casa de mis padres, contándoles la noticia simplemente mostrándoles el resultado de laboratorio con una gran sonrisa en nuestros rostros. Eso no era, ni remotamente, algo que habíamos planeado. Simplemente queríamos anunciarlo y ya.

Tener hijos es así muchas veces: uno planea algo con ellos, y cuando las cosas no se dan como uno las planea, ellos terminan sorprendiendo con algo que resulta ser mucho más memorable. La paternidad está repleta de momentos de esta clase, en los que la vida encuentra la forma de asombrar a uno por donde menos lo esperaba, y a pesar de que las cosas pueden no resultar como se calculaban al principio, siempre hay más anécdotas de las que uno hubiera imaginado.

También aprendimos con todo esto que no somos tan buenos siguiendo nuestros propios planes, y que dejarse llevar, a veces, tiene como recompensa inmensas alegrías. Hace unos días llevamos por primera vez a mi hija menor, que ya tiene más de un año, a que se divierta y experimente con la multitud de la zona de juegos del patio de comidas del nuevo centro comercial.

Al principio, yo tenía mucho miedo de dejarla sola un solo segundo, y la paseaba de un lado a otro en brazos. Luego de que mi novia me convenciera, la dejamos entrar a una pequeña casa con tobogán donde pasaban varios niños a toda velocidad, y pudimos ver cómo disfrutaba sobremanera estar ahí, probando el mundo, y otorgándome una felicidad como pocas en la vida; algo que no hubiera pasado si no me dejaba llevar.

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