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July 3 2016, at 12:03 PM
© 2016 Economist Newspaper Ltd, Londres 2 de julio, 2016. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.
De The Economist
Pocos brasileños pasan un día sin comer frijoles. Consumen 3.4 millones de toneladas al año, un cucharón al día por cada persona. Así que cuando aumentan los precios del frijol, como se elevaron en un 20 por ciento recientemente después de que malas condiciones climatológicas dañaron la cosecha nacional, se quejan.
Sin embargo, el 24 de junio el gobierno suspendió su arancel del 10 por ciento a las importaciones. El ministro de Agricultura, Blairo Maggi, espera que los agricultores chinos y mexicanos cubran el déficit de leguminosas y hagan bajar los precios.
En un país propenso a los disparates proteccionistas, la respuesta orientada al mercado de Brasil ante la escasez de frijol es refrescante. Podría anunciar una mayor apertura del comercio.
Aunque Brasil es la novena economía más grande del mundo, su comercio representa solo 1.2 por ciento del total mundial, y en solo cinco países el comercio representa una participación menor del PIB.
El nuevo gobierno centrista de Brasil ve a las exportaciones como una forma de sacar al país de su profunda recesión. Los políticos y los líderes empresariales también están empezando a ver al comercio como una forma de estimular la productividad, y por tanto el crecimiento, a largo plazo.
Últimamente, el gobierno ha adoptado la liberalización como si fuera una apetitosa feijoada (un guiso de frijoles y carne). En abril, Brasil firmó un tratado de inversión con Perú que, de ser ratificado, permitirá a las compañías de ambos países competir libremente por contratos gubernamentales.
En junio, Brasil pidió unirse a los 23 miembros de la Organización Mundial de Comercio en la negociación de un pacto sobre el comercio de servicios. El gobierno está preparando legislación para elevar el tope sobre la propiedad extranjeras de las aerolíneas más allá del 20 por ciento. Maggi también habla de revocar un decreto presidencial del 2010 que prohíbe la propiedad extranjera de granjas, lo cual desalienta que inversionistas extranjeros presten a los agricultores.
"Todos los tabús han desaparecido", dijo Ricardo Mendes de Prospectiva, una consultora que se especializa en política comercial.
Brasil ha sido un globalizador renuente. Desde los años 50, cuando muchos gobiernos de países pobres defendieron la producción nacional como un sustituto de las importaciones, la industria brasileña ha estado protegida de la competencia externa.
El izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó del 2003 hasta mayo pasado, continuó con ese proteccionismo. De 2000 a 2013, Brasil fue un participante de una décima parte de todas las disputas presentadas ante la OMC, regularmente como demandante.
Durante ese periodo, erigió más barreras comerciales, desde aranceles hasta subsidios y reglas de contenido local, que la mayoría de los demás países.
Las actitudes empezaron a cambiar en el 2012 conforme se debilitaba la economía, provocando que las empresas buscaran el crecimiento en el extranjero.
La presidenta Dilma Rousseff, dirigente del PT, empezó a liberalizar el comercio después de su reelección en el 2014. El gobierno ha promulgado dos docenas de medidas pro-comerciales y solo tres restrictivas desde principios del 2015, según la OMC.
El vicepresidente Michel Temer, quien se convirtió en presidente interino en mayo después de que Rousseff fue obligada a hacerse a un lado mientras el Senado realiza un juicio de impugnación en su contra, está yendo más lejos.
Aunque su Partido del Movimiento Democrático Brasileño es cercano a la industria temerosa de la competencia, él tiene una actitud liberal. Planea desmantelar las reglas de contenido local en el sector del petróleo y el gas, que fuerzan a las compañías a usar tecnología nacional inferior al estándar y a menudo más cara.
Reemplazó al liberalizador ministro de Comercio de Rousseff, pero conservó a los tecnócratas del ministerio para evitar perturbar las negociaciones.
El 24 de junio, Temer renovó un acuerdo automotriz bilateral con Argentina por cuatro años, en vez de uno como era lo usual.
Por primera vez, los dos países, los principales integrantes del Mercosur, un grupo comercial sudamericano, han acordado en principio el libre comercio en autos y refacciones para el 2020. El nuevo ministro de Comercio de Brasil, Marcos Pereira, quiere concluir un ambicioso acuerdo comercial con México para fines del 2016.
Mientras tanto, Temer le retiró Apex, la agencia de promoción de exportaciones, a Pereira y se la dio al ministro de Relaciones Exteriores, José Serra, un economista. Tiene una nueva misión, "insertar a Brasil en las cadenas de suministro mundiales", lo cual implica mayor apertura a las importaciones.
Brasil se abrió parcialmente a principios de los 90, pero los intentos de liberalización posteriores no llevaron a nada. El gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso firmó 10 tratados de inversión bilateral a fines de los 90, pero no ratificó ninguno.
Un Área de Libre Comercio del Continente Americano, apoyada por Cardoso, fue bloqueada por su sucesor. Las industrias no renunciarán a la protección sin dar la pelea.
Otro motivo de preocupación es que el avance de Brasil hacia la apertura se da en un momento en que sus mayores socios comerciales se están moviendo en la dirección opuesta.
Es seguro decir ahora que la principal prioridad de la Unión Europea no será concluir su acuerdo comercial con el Mercosur. Un candidato presidencial en Estados Unidos es un furioso proteccionista, mientras que la otra es ambivalente.
Esto hace que el cambio de actitud de Brasil sea más bienvenido. Las empresas brasileñas no se volverán más competitivas a menos que compitan, reconoció Maggi. A Brasil le ha tomado mucho tiempo aprender esa lección.