Por Alex Noguera

Editor / Periodista

Desde que nació, con apenas 3 gramos, siempre fue especial. No era el gris del plomo, ni su fría esencia, sino algo más que no entendía, lo que hacía que todos se apartasen. Por eso decidió sobresalir y se esforzó. Más que los demás. Se inscribió en la academia de armas y recibió el título de "5,56 × 45 mm OTAN". Ya era un verdadero cartucho de arma de fuego, pero no cualquiera, sino de esos que llegan muy lejos, a la guerra. Era efectivo en dispositivos elite, como en el AR15 o en el M16. Tantos ejercicios lo habían hecho engrosar y ahora pesaba nada menos que 4,1 gramos. Además, con la vaina alcanzaba una envidiable estatura de 57,40 mm y ya no era gris, sino que tenía el dorado característico de una bala encamisada de base troncocónica SS109.

Esa tarde había un operativo y todos estaban nerviosos, menos nuestro cartucho porque era su oportunidad para demostrar de qué era capaz. Se formó apretujado dentro del cargador, estaba entrenado. Quizá por eso no gritó cuando comenzó la demencial fiesta de explosiones y sus compañeros salieron expulsados.

Todo fue demasiado rápido. Apenas recordaba haber atravesado el cañón en enloquecidos giros. El golpe, el chasquido, la sangre y el silencio, todos fueron uno. Demasiado rápido. Y ahora estaba preso, encerrado en un frasco de vidrio como prueba de un crimen. Siempre fue especial. Ahora estaba deformado, pero conservaba esa fría esencia, como si estuviera maldito.

Desde su prisión podía escuchar. Se nutría de información mediante esos seres con guardapolvos que siempre hacían estudios, recogían fragmentos o datos. Ellos a su vez prestaban atención al hombre que traía los diarios, o al que proveía los yuyos para el tereré.

Así sospechó que, efectivamente, él estaba maldito. Hablaban de un operativo de la Senad, de la muerte de una niña de 3 años, de otros 9 que eran más despreciados que él mismo. Por lo menos a él en su celda de cristal nadie le molestaba; a los otros 9 malditos ni en las cárceles los aceptaban. Habían ido a declarar en J. Augusto Saldívar y de allí los habían trasladado al penal de Emboscada, pero no los aceptaron y debieron regresar al Departamento Judicial. Al día siguiente intentaron encerrarlos en Viñas Cué, pero el resultado fue el mismo.

"En su soledad, como muchos, en la locura por mitigar el dolor, incluso la angustia de su accionar pasado, encontraba cierta paz culpando a los demás".

No sabe dónde puedan estar ahora porque desde hace días la conversación gira en torno a que el juez se lavó las manos, o a que el fiscal es el responsable de todas las actuaciones, cosas legales inentendibles para cualquier bala normal, pero nuestro atento cartucho se había convertido en un experto analista de la información, tejiendo susurros.

Así supo que ahora los fiscales tenían miedo. Antes el promedio de solicitudes de allanamientos era de 2 o 3 por día, pero hacía una semana que nadie se atrevía a pedir uno. ¿Cómo se podría combatir el crimen con tanto miedo? ¿Cómo se había llegado a este punto? ¿Se habían excedido antes con la cantidad de pedido de órdenes? ¿Habían pisoteado o cumplido?

Sabía del dolor extremo que esos hombres habían causado, de la muerte inocente, de la irresponsabilidad, pero él -se decía a sí mismo- no tenía la culpa. Eran esos que habían apretado el gatillo, o ese, porque uno solo había matado. Sí, había matado. Había robado una vida, había destruido algo irrepetible, había roto una familia. Ese hombre era el culpable, no él que estaba preso en ese frasco trasparente y tan frío como el metal.

En su soledad, como muchos, en la locura por mitigar el dolor, incluso la angustia de su accionar pasado, encontraba cierta paz culpando a los demás, como si eso fuera suficiente para calmar su conciencia, esa conciencia presa en el vidrio aséptico del frasco que estaba condenada a escuchar lo que todos decían y que no podía gritar su inocencia porque nadie la oía o simplemente porque no podía. Era bala. Plomo. Vestida de smoking dorado, pero en el fondo era solo eso, plomo, como los 3 gramos cuando había nacido. Era su esencia, maldita desde su nacimiento.

Dejanos tu comentario