Las grietas, al igual que las cicatrices, dicen que algo nos pasó.

Por: Javier Barbero

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Estaba mirando la filtración que hay en una de las paredes de mi casa y, mientras las gotas de lluvia caían, mi enojo crecía por dentro. Muchos pensamientos pasaron en fracciones de segundo por mi mente: "Tanto dinero que metí ya en esta casa", "Estoy harto de no acabar nunca con esta construcción" y otros similares, siempre desde el modo víctima.

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Luego de rumiar el enojo, me senté a mirar las gotas de lluvia caer dentro de la sala. Indiferentes a mi malestar. Y entonces cerré los ojos e hice un ejercicio que conocí años atrás en un taller en México DF.

Mi maestra en aquella ocasión nos había dicho que le preguntáramos a las cosas que nos pasan qué mensaje tienen para darnos. Por eso volví a mirar la filtración y, haciendo un esfuerzo para dejar la queja, le hice esa misma pregunta a la grieta del techo.

Entonces, la grieta me dijo algunas cosas. Me dijo, por ejemplo, que ellas están para recordarnos la fragilidad de todo lo vivo. Todo se quiebra. Todo se fractura con el paso del tiempo. O al menos se gasta en su pretensión de permanecer.

Las cosas se nos van rompiendo a veces sin que nos demos cuenta. Y por las grietas se cuelan el olvido, el desgano, la rutina. Nada queda y todo se va.

No hemos sido entrenados para mirar "lo roto" de aquello que valoramos o amamos y preguntarnos qué más podemos hacer para reparar las grietas. Estamos inmersos en la cultura del descarte en donde lo que no funciona, se tira. O tal vez no se nos enseñó que reparar también es parte del seguir y permanecer con algo o con alguien que nos importa.

Etiquetas: #grietas

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