- Pr. Emilio Agüero Esgaib
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La intolerancia es intrínseca en el ser humano. Tanto religiosos como no religiosos la practican y la practicaron durante todos los tiempos. Tenemos intolerancia en todas las áreas del quehacer humano. Hay intolerancia política, racial, religiosa, cultural, de nacionalidad, etc. En todos los ámbitos y en todas las culturas existe, en mayor o menor nivel.
Muchos ciudadanos y sectores de países europeos, consideradas naciones de punta, cultural y tecnológicamente, desvinculadas casi totalmente de la religión y consideradas, si se quiere, hasta no-religiosas, discriminan y maltratan a latinos que van a trabajar en esos países, olvidando que sus abuelos han venido a refugiarse y a prosperar en Latinoamérica desde los tiempos de la colonización hasta aquellos que huían de la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Hay sectarismo en todos los ámbitos y niveles culturales. Hay discriminación en la política (¿sos colorado o liberal?, ¿sos un "derechoso" o sos un "zurdo"?); en la religión (¿sos católico o de una "secta" protestante?); incluso en la cultura (sectores más "educados" haciendo de menos a los más "ignorantes"); en el deporte (o sos de Cerro o de Olimpia, y si perteneces al otro equipo eres merecedor de todo tipo de ofensas e incluso agresiones, solo por eso). ¿Sos rico o pobre? (tanto el uno como el otro, cada quien a su manera, discrimina).
Así que poner a la religión como "el único" sector discriminatorio sería tener una perspectiva bastante estrecha del problema de fondo: el corazón humano.
Algunos que tienen una animadversión hasta irracional hacia la fe y la religión quieren culpar de "discriminatorios" exclusivamente a los que profesan una fe y fundamentan su vida moral en ella; pero, llama la atención la manera agresiva, insultante, soez, burlona y discriminatoria con que se refieren esos sectores, que se jactan de tener "mentes abiertas", de ser "tolerantes" y "pensantes" ante todos aquellos que no profesan sus ideas y su cosmovisión del mundo. Es paradójico, ¿no?
Por supuesto que no es justo poner a todos en la misma bolsa. De hecho, no lo estoy haciendo, pero no sería insensato decir que es la regla y las excepciones la confirman.
El que realmente es cristiano (no el que profesa serlo sin conocerlo) no discrimina, al contrario, está llamado por los mandamientos de Cristo a amar, saludar, servir y orar, no solo por sus amigos, sino aun por sus enemigos (Mt. 5.44-48). Jesús dijo, además: "Vengan a mí los que están cansados y trabajados" (Mt. 11.28). El mismo corazón de la Biblia, el versículo central de toda la Escritura, resume la no exclusión de Dios hacia nadie que quiera recibir salvación: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn. 3.16).
Dios hizo al hombre y a la mujer a su "imagen y semejanza", a ambos (Gn. 1.27). Y el apóstol Pablo lo deja como una regla general en Gálatas 3.28: "Ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo". Acá el apóstol deja sentado que entre los verdaderos cristianos no debe de haber xenofobia, injusticia social, distinción en derecho, igualdad y dignidad entre el hombre y la mujer; todo esto en un solo versículo.
La Biblia ni siquiera discrimina a la hora de denunciar la maldad del hombre. En el libro de Romanos 3.23 dice: "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios", y a todos da el mismo camino y la misma salvación, Cristo, quien dijo: "Al que a mí viene no le echo fuera" (Jn. 6.37).
Al respecto de algunos pasajes que denotan una aparente discriminación, antes que juzgarlos livianamente, se debería hacer un estudio serio, considerando el contexto general de las Escrituras.