Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Donald Trump y Hillary Clinton se acercan cada vez más a las nominaciones de sus respectivos partidos. Las primarias en el Estado de Nueva York son más que reveladoras, aunque ciertamente, aún no totalmente definitivas. La senadora demócrata, ganó holgadamente al estado que representa, por 30 por ciento al senador Sanders –nativo del Estado–. Con esta demostración de fuerza, Clinton despeja las dudas que su candidatura ha acumulado en las últimas semanas de no poder superar la presión que el movimiento de Sanders está poniendo en la carrera hacia la nominación.

Por el momento, tanto Clinton como Trump, superan cómodamente a sus rivales en el número de delegados obtenidos en el proceso de primarias que se inició el pasado mes de febrero, pero, el conflicto sobre el voto de los mismos está abierto, sobre todo, en el caso de Trump. Se debe recordar que estos delegados serán los encargados de votar a favor de los candidatos que ganaron las primarias o caucus de sus respectivos estados en las convenciones demócrata y republicana, que se celebrarán el próximo mes de julio.

En el campo demócrata, la victoria de Clinton sobre Bernie Sanders este martes, amplía su ventaja en el conteo de delegados necesario para obtener la nominación del partido. El caso es que la mayoría de los votantes demócratas ven a Clinton como la candidata con mayor experiencia para enfrentar a Donald Trump, en caso de que resulte el candidato nominado por el republicano, durante las elecciones generales de noviembre. Es más, Clinton cuenta con el apoyo del enorme aparato partidario y, sutilmente, todo indica que el presidente Obama la apoya así como, aproximadamente, 60 a 70 por ciento de activistas y, sobre todo, la gran masa de votantes de color e hispanos. Antes de la elección de este pasado martes, Clinton aventajaba a Sanders por 1.292 a 1.042 delegados. El senador de Vermont tiene ante si, en este contexto, un espacio muy difícil, casi imposible diría, a la candidatura.

Este resultado en Nueva York confirma aún más esa realidad. Es que Sanders, a la fecha, necesita obtener cerca del 70% de los delegados que restan si quiere ser el nominado. Pero, eso, insisto, es casi imposible. Pues con los resultados obtenidos en Nueva York, proporcionales, conforme a cada distrito legislativo, Clinton se convierte en la virtual candidata. Repárese que Nueva York tiene, aproximadamente, 247 delegados.

En el lado republicano, Trump sigue liderando la contienda, ganando las elecciones primarias en Nueva York, su estado de residencia. De cualquier manera, su victoria se esperaba, pues, es la ciudad de Nueva York, especialmente donde el millonario tiene el centro de su poder económico. Sus rivales, el senador Ted Cruz y el gobernador John Kasich, quedaron muy atrás. El punto crítico es la cosecha de delegados. Por el momento y hasta que no se sepa exactamente el número de votos por distritos, será difícil tener un número exacto de los delegados obtenidos. Pero por la victoria, Trump aumentará el número hacia los críticos 1.237 delegados que se necesitan para ganar la nominación del partido. Hasta antes de la elección de este pasado martes en Nueva York, Trump tenía 756 delegados contra 559 de Cruz y 144 del gobernador de Ohio, Kasich.

De cualquier manera, el debate político, al interior del partido republicano y demócrata se hace más intenso, sobre todo, en el primero donde la tradición conservadora se enfrenta ante una realidad aparentemente inevitable: nominar a un candidato que, por sus expresiones, gestos y propuestas, está en las antítesis ideológicas del partido. Y además, es un "outsider", un candidato que se autoproclama fuera del círculo del poder del establishment del partido. Agréguese a esto, los sondeos de boca de urna en Nueva York que comunicaban que la vasta mayoría de los votantes, querría a un presidente que no haya estado en el mundo político. La desconfianza hacia la clase política y hacia los partidos es palpable aunque no se establezca una ruta o propuesta clara hacia la alternativa. El caso de Trump, como lo he escrito en artículos previos, se apoya en una retórica efectista de eslóganes que propone ciertas, no muchas y a veces, contradictorias políticas públicas, que buscan solucionar problemas reales a corto plazo, enfatizando su capacidad personal como líder exitoso.

La diferencia con la tradición republicana de su partido y aún, con la de la tradición liberal de los demócratas, no puede ser más llamativa. Trump no posee, no quiere, o no le interesa la noción americana clásica del autogobierno ciudadano. Ni menos es un heredero de Ronald Reagan quien, no solamente retóricamente era muy superior sino que, Reagan, diagnosticaba los males políticos y económicos precisamente en aquello que Trump enfatiza: el problema de una crisis social es la invasión e ineficiencia precisamente del gobierno del Estado. Los ciudadanos son los protagonismos, no el autoproclamado líder. Pero, una democracia republicana debe surgir de las bases, se auto gestiona en la persuasión, la deliberación que supone procedimiento y reglas claras. Tal vez, en esta época de Facebook y Twitter, la sociedad es más de espectadores, y, de zombis que fungen de ciudadanos, y así no es raro que se espere que un salvador ocupe la presidencia. Me temo, que eso empeora o postergarán las cosas. Pero, yo apenas trato de ser filósofo y no profeta.

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