Desde meses Brasil se mantiene en suspenso a la espera de si la Cámara de Diputados sella la suerte de la presidenta Dilma Rousseff y aprueba o rechaza el juicio político en su contra por irregularidades fiscales en el presupuesto, en una megasesión que será seguida hoy con una expectativa que muchos comparan con la definición de una final del mundo por penales, como el que enfrentó a Brasil-Italia en los Estados Unidos en el año 1994.
El gran artífice de la movida es, sin dudas, un político famoso por moverse en el submundo que salió a la luz el último año y está procesado por cobrar millonarias coimas. Es el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, aliado al vicepresidente Michel Temer en esta gran jugada nacional de destituir a una jefa de Estado a 15 meses de su segundo mandato.
Ambos son del Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB) y fueron señalados como el jefe y el subjefe del golpe por Rousseff, ya que en la última semana abiertamente lanzaron el plan Temer presidente, para lo cual necesitan 342 votos este domingo (dos tercios), elevar el pleito al Senado y apartar a la jefa del Estado.
Todos los partidos que no son de izquierda, pertenecían a la alianza oficialista y tenían cargos ministeriales que dieron el portazo a 13 años de que el Partido de los Trabajadores tomó las riendas del país, a 13 años del inicio del primer gobierno de la fuerza hoy en jaque por escándalos de corrupción, iniciado por Luiz Lula da Silva en 2003.
El desenlace de la crisis política está muy cerca: todos los jugadores moverán sus fichas hoy. La oposición necesita llegar a 342 y dice que tiene 330. Desde el oficialismo creen que bloquearán, por fuera de los partidos, a muchos indecisos o con perfil parecido al gobierno, que ha denunciado que los que voten por el Sí quedarán en la historia como golpistas.
Y, en Brasilia, la ciudad creada por el presidente Juscelino Kubitschek en 1960 para desarrollar el interior del gigante sudamericano, habrá dos hinchadas separadas por un vallado metálico de un kilómetro de largo y dos de alto para evitar confrontaciones, en una época en la que el odio virtual de las redes sociales afecta las relaciones humanas reales, a las familias y genera discusiones nunca antes vistas en el país del carnaval.