Por Clari Arias
@clariarias
Escribo este artículo en el auto, esperando que la interminable fila de vehículos avance por lo menos unos pocos metros. Hace ya casi una hora que estoy atrapado, junto con otros esclavos modernos, en el tráfico infernal de las calles de Asunción. Desde afuera me llega el inconfundible olor de la pólvora de los petardos y el insoportable estruendo de éstos. Logro divisar a un compacto grupo de gente que con precisión de orfebrería está causando el caos en el centro de la ciudad, marchando en horas laborales por causas casi imposibles.
Hace once días que cooperativistas y campesinos se unieron para protestar por sus pedidos al Gobierno. Los primeros quieren dejar sin efecto una ley que los obliga a pagar el IVA sobre los productos financieros que generen ganancias a las mismas, y la conformación de sus consejos de Administración a través de elecciones con representación proporcional (el famoso sistema D'Hondt). Los campesinos, financiados por los cooperativistas para soportar este largo peregrinar por la capital, piden la condonación de distintas deudas asumidas por ellos en sus actividades de campo (agrícolas principalmente), con la banca pública y la banca privada. Sigo en el auto, todavía atrapado por el mal tráfico que generan estos manifestantes, mientras escucho hablar al vocero de los campesinos, un tal Jorge Galeano, luego de reunirse con los obispos católicos diciendo que más de 250.000 familias esperan que sus deudas sean asumidas por el Gobierno, a través del dinero obtenido por la colocación de los bonos soberanos. Estoy en el auto y tengo ganas de matar y matarme, por lo que enciendo un cigarrillo para frenar la ansiedad. "Condonación de deuda" me digo a mi mismo. "Y a mí, quién carajos me condona nada".
Este es el preciso instante en donde, por fin, la fila de autos se mueve algo. Lo suficiente para ver más de cerca a los campesinos marchantes: casi todos ellos portan palos tipo garrote, que para alguien de la ciudad como yo, por supuesto, es un arma amenazante. Después de ver decenas de manifestaciones como estas, y de participar en algunas de ellas, me pregunto, ¿por qué la Policía los deja andar con esos garrotes en la mano? ¿Es para infundirnos miedo? ¿Es para defenderse ante una posible represión policial? ¿Es un símbolo? Con sinceridad, no lo sé, pero tengo la certeza de que no necesitan palos/garrote para manifestarse.
Llegué a destino después de perder una hora de mi existencia en el endiablado embotellamiento creado por los cooperativistas/campesinos. Perdí también mi reunión de trabajo, así que me instalo con comodidad en el auto para así terminar estas líneas. Quiero entender a los manifestantes que me fastidian todas las mañanas (y ahora también las tardes). Estoy en contra del IVA a las cooperativas; estoy en contra de la condonación de cualquier deuda a los campesinos. Y no termino de entender cómo se juntaron dos grupos con solicitudes tan diferentes: ¡unos piden dinero, los otros no quieren dar dinero!
Lo que más me enerva de esta vaina es la inutilidad de las fuerzas públicas del orden (Ministerio del Interior, Policía, Fiscalía) que ante el miedo de una tapa de diario o de algunas críticas de los sectores de la izquierda, están totalmente paralizados ante la grosera violación de la Ley del Marchódromo y de la propia Constitución Nacional. Es intolerable la lenidad de las fuerzas del orden en los últimos años, dejando que cualquier grupo medianamente organizado haga lo que se le antoja en la calle, en desmedro de los derechos de la mayoría.
Sepan los manifestantes de estos días que el acto violento de no dejarnos circular libremente por las calles de Asunción engendrará cada día más rabia. Y que si siguen en su tentativa de mortificarnos la existencia, pronto serán utilizados como pretexto para que las voces más conservadoras vuelvan con el discurso de la mano dura. Y muchos nos adheriremos a ese discurso, lamentablemente.