Por Marcelo A. Pedroza

COACH - mpedroza20@hotmail.com

Todos los movimientos de quienes están implicados en el sistema educativo deben tener sintonía con el ritmo constructivo que pregona con fervor quien quiere crecer. Donde hay vida hay anhelos y dicha expresión es un principio natural del existir. ¿Qué lugar ocupa la educación en el mundo de nuestros anhelos? Hay que considerar a la educación como una inseparable fuente de crecimiento. Es que todos estamos implicados en lo que sucede socialmente y lo que pasa es producto de nuestra educación colectiva.

El ejemplo del entusiasmo por aprender trasciende el aula, se constituye en portador de lecciones y se vivifica con la alegría del hacer. Un joven enérgico puede cambiar la vida de un adulto que lo observa, como a la inversa. Por eso el sistema se extiende hacia todos lados y desde cada rincón también se retroalimenta. Tanto desde lo formal, que se puede inculcar en una institución, como desde lo informal que se presenta en un diálogo casual, existe la presencia de la educación. No es posible evitarla. Vive en nosotros. ¿Cómo acompaña nuestras acciones?, ¿qué influencia tiene en las mismas?

Las prioridades siempre surgen al transitar cualquier actividad. Y la educación debe ser una prioridad. Cada cual puede otorgarle su espacio, su tiempo, su valoración y su convivencia cotidiana. Al profundizar su estima comienzan a abrirse horizontes relevantes que permiten entender y comprender el interior de quien se atreve a inmiscuirse consigo mismo. Y eso facilita la posibilidad de conocer a los demás. Se establece un nexo entre el ambiente interior que uno vive en silencio y el ambiente exterior que desarrolla y comparte con otros.

Es relevante establecer relaciones positivas que permitan elevar las semejanzas valiosas que cada persona posee. Lo semejante hace mención a lo que se parece y facilita el encuentro de la ponderación hacia lo fructífero. Se trata de ser honestos en nuestras acciones, de animarnos a creer en la impronta que dejan las enseñanzas sostenidas fervientemente por la capacidad de crear nobles vínculos.

Lo similar tiende naturalmente a extenderse. Y si las similitudes son virtuosas, sus alcances son ilimitados. La responsabilidad de vivenciar la educación es propia de quien la ejerce, esté donde esté. La transmisión debe ser testimonial, así la formación recibida encuentra el escenario de la coherencia para poder vivir. El aprendizaje no tiene tiempo límite y además comprende que hay desaciertos que enseñan lo que quizás una larga lista de aciertos no pudo enseñar. Entonces hay que atreverse a hacer y a aceptar que nos podemos equivocar, aunque una condición indispensable es la buena fe del obrar.

Es un derecho elemental el de recibir educación. El ser humano educado respeta las diferencias y se dispone a descubrir la importancia de lo diverso. Donde hay educación hay sueños que se hacen realidad. Una sociedad compuesta por la totalidad de sus habitantes educados es posible. Todos los niños y niñas en escuelas completamente equipadas para cobijarlos, contenerlos y educarlos. Escuelas modelos para el barrio y para la ciudad. Donde hay una escuela hay libertad. Y desde ahí surgen quienes le darán grandes satisfacciones a su gente y a su tierra. Es la visión extensa puesta en la idea de que otros vivirán los frutos de la sociedad educada. Ahora es el tiempo para generar y vivir las condiciones para lograrlo.

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