Cuando hablamos de radio so'o, sabemos de qué estamos hablando, que no es precisamente información a través de la radio ni una radio que vende carne, salvo en el sentido, o en los dos sentidos, crematísticos: hablamos de chismes, de rumores, de trascendidos, y hablamos citando a testigos imprecisos e inidentificables, como "los perros, lo mitã, dicen que, se comenta…", y en tiempos verbales difusos, "sería, habría, había sido, tendría", sin hacer referencias sustentables ni afirmaciones precisas, ni acusaciones formales; en fin, insuficientes para hacer una denuncia de parte del "acusador-informador" o desencadenar una defensa de parte del acusado; insuficiente para una demanda judicial, pero más que suficiente para generar una calumnia que, con la avidez de los escuchas de la popular emisora, que tiene casi tantos entusiastas emisores como ávidos oyentes, pasará a repetirse, de voz en voz, de oído en oído, hasta convertirse en una verdad irrefutable y, desde luego, inapelable, puesto que no existe la instancia para la apelación. El rumor va, pero nunca vuelve, se expande, pero nunca se desmiente y se retrae.

El rumor en su origen, ni en sus repetidores, más extendidos que las repetidoras de radio y televisión, no es ingenuo, aunque hay muchos ingenuos que lo consumen y se vuelven cómplices sin querer queriendo; se desenvuelve en el territorio de la especulación y, sobre todo, de la malicia y la desinformación al mejor estilo del "maestro" Goebbels, es decir con la intención de confundir, de crear incertidumbre, de desplazar el territorio de la realidad para meter a los receptores en una multitud que, podríamos calificar, siguiendo paradójicamente el razonamiento de Ortega y Gaset, como "la sumisión de las masas", que quedan encollaradas, como las bestias de carga, al chisme como base de acusación, condena y ejecución, al menos socialmente hablando de las víctimas rumoreadas.

Como vía popular de la comidilla callejera, más chisme que rumor, maledicencia que malicia, esta forma de comunicación malinformada tiene un cariz de picardía de mercanchifles, de rumoreos de conventillo, de hoguera de las vanidades o de escarceos de bataclanas y bataclanes en ámbitos faranduleros de baja estopa. Pecadillos de comadreos y compadreos.

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Lo grave es cuando llega a las instancias políticas e institucionales. Dicen que fue Goebbels el que lo llevó a esta instancia de miserable grandeza, al acuñar la frase, "miente, miente que algo quedará, cuando más grande sea una mentira más gente la creerá".

Las crónicas de antaño, desde los tiempos del Imperio Romano y más allá, nos muestran que ni en eso los nazis fueron originales, y, al fin y al cabo, tan poco eficaces que, al fin y al cabo, de la tragedia mundial que provocaron ni siquiera pudieron construir el imperio que añoraban, atrapados en la propia mentira gigante que ellos mismos se creyeron: la superioridad de una raza, cuando las razas puras habían dejado de existir hacía mucho tiempo.

Efectivamente, cuando en las instancias institucionales se empieza a propagar o a dar crédito a rumores, repetidos y propalados ruidosamente por los medios formales y las redes informales, sin fuentes ni referencias mínimamente considerables, a hablar de compras y ventas de voluntades, con frecuencia hasta citando cifras considerables, junto a referencias incontrastables, repartidas a diestra y a siniestra, como para seducir, como flautistas de Hamelin, a los ingenuos oídos de los escuchas so'o, la cosa se vuelve mucho más grave.

Los "se dice, se comenta, me contaron, se sabe luego, es vox populi" son las voces menos del pueblo y que más engañan al pueblo, y cuando los voceros so'o ostentan cargos en las instituciones democráticas, desde los partidos políticos hasta el Congreso, la perversión goebbeliana se vuelve un arma de doble filo, pues aunque los chismes se propaguen por los conventillos políticos y mediáticos, más tarde o más temprano, inevitablemente, se volverán contra las instituciones.

Mas tarde o más temprano terminan contaminando a denunciantes y denunciados y, al final, a la institución. Así se han demolido en este continente democracias más estables que la nuestra, sirviendo en bandeja a los dictadorzuelos sociedades confundidas en la maraña que se teje conjugando esos tiempos verbales que están tachados en los libros de estilo y los principios de ética. En fin, el famoso "se dice". No lo dice nadie; nadie es responsable. Miente, miente, que la mentira terminará corrompiendo la institucionalidad.

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