Por Fernando Allen Galiano

Fotógrafo.

No se puede expresar en el espacio de una breve nota el estupor que produce la desaparición física -abrupta, brutal, absurda- de un amigo como José Antonio Lasheras. No se la puede entender, tampoco. Y luego, lo peor: dimensionar la magnitud de los espacios que esa ausencia dejará vacíos. En los escritos de Ticio Escobar y del Padre Melià que conforman esta nota-homenaje, se establece con precisión la importancia descomunal que el trabajo del Dr. Lasheras adquiere para la cultura de nuestro país, muy especialmente en lo que respecta a su prehistoria.

La materia prima con la que lidia José Antonio es la piedra. Acordemos que ella, la piedra, consta de una masa física (de tales o cuales características, según el tipo), pero además resulta que en algunos casos, también está provista de espíritu. Este otro componente extra-físico le fue conferido, hace miles de años, por la acción gestual y simbólica de nuestros antepasados, que al horadar la piedra nos legaron –sin proponérselo- uno de los más fascinantes y misteriosos mensajes que pudiéramos imaginar. ¿Y dónde están estos mensajes, estos signos prehistóricos? En innumerables refugios rocosos en cerros y cordilleras del Amambay y del Guairá, la mayoría de ellos aún sin estudiar. Estos signos, indescifrables aún, están grabados en la piedra y es lo que se conoce como Arte Rupestre.

José Antonio Lasheras fue un empecinado estudioso del Arte Rupestre en América, incluyendo sitios en la Argentina, Uruguay y Brasil donde también se encuentra este tipo de Arte, conocido como "estilo de pisadas" por su analogía formal con huellas humanas y animales. Esta obstinación lo trajo al Paraguay, donde realizó investigaciones desarrolladas a lo largo de varias visitas en diferentes años, y que significaron –básicamente- el cambio de superstición por ciencia. Los pocos sitios conocidos con Arte Rupestre en Paraguay habían sido anteriormente apropiados por diversas personas o grupos con hipótesis basadas en falsedades históricas, cuestiones sobrenaturales e inclusive algunas teorías sobre intervención extraterrestre. No se discute acá la buena o mala fe, o siquiera el entusiasmo de quienes sostuvieron las teorías de la presencia vikinga en Paraguay (entre otras hipótesis), aunque es importante acotar que nos constan casos de algunos grupos de personas cuyas intervenciones con productos químicos en algunos de los sitios, no puede justificarse sólo en la ignorancia, sino también en la mala fe implícita en sus intentos de instalar sus aventureras conclusiones. Los daños producidos por estas personas, son irreversibles (ejemplo de estas intervenciones abundan en Itá Letra).

Lo cierto es que el trabajo Lasheras, metódico, sereno, basado en métodos científicos y técnicas de investigación modernas y muy efectivas, ha iluminado por primera vez en nuestra vida como Nación, la gigantesca cueva simbólica donde se ocultaba nuestra prehistoria. Ha llegado a comprender el espíritu contenido en la piedra, y se ha emocionado hasta los huesos con lo que ella nos comunica. Nos ha inculcado a quienes tuvimos el privilegio de compartir su amistad y su talento, la certeza que privilegia el conocimiento y desecha la oscuridad del fetichismo. Y que conste que a José Antonio también le apasionaba la ficción, aunque tenía muy claros los límites que la separan del desatino.

En honor al esfuerzo personal y científico de un extranjero que se comprometió profundamente con este país, y ostentaba orgulloso nuestro patrimonio arqueológico ante el mundo en innumerables congresos, talleres y foros de discusión científica sobre el Arte Rupestre, deberíamos ser capaces de continuar su búsqueda, de ampliar conocimientos sobre nuestra prehistoria, de conectarnos con todas nuestras fuerzas a los mensajes que siguen ahí afuera, grabados a pura piedra, esperando ser estudiados. Sin embargo, el desinterés demostrado desde los ámbitos públicos que harían esto posible, es casi ofensivo. Se sabe que una sociedad que no sólo desprecia su cultura, sino que la niega obstinadamente, no puede tener futuros deseables. Y si hablamos de una prehistoria que hasta antes de José Antonio servía sólo como soporte a meras ficciones de mala calidad sobre dioses rubios con cuernos en los cascos, y naves extraterrestres recorriendo el Guairá, la cosa se pone peor. El Estado paraguayo debería, sin un ápice de duda, invertir unas monedas (sí, monedas, ya que los costos de estas investigaciones son ridículos comparados con el despilfarro que vemos diariamente) en propiciar estudios interdisciplinarios sobre nuestro patrimonio arqueológico que, además, puede rendir invalorables beneficios en términos de imagen país y de turismo cultural sostenible.

El legado que José Antonio Lasheras nos deja es imposible de cuantificar. Su inesperada partida supone sin dudas un durísimo golpe a los afectos personales, pero creo que es más severo el trauma que sufriremos como entidad cultural, cuyos ojos apenas abiertos a la luz que marca el contorno y las sombras de su prehistoria, debe entrecerrarlos de nuevo para elaborar un duelo no merecido. El espíritu de la piedra, no debe callar.

FUENTE: IDEAS + PALABRAS (Suplemento de los domingos del diario La Nación).

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