Pablo Noe

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El paso del tiempo deja sus huellas. Marcas que en algunos casos se erigen en indelebles pruebas de los caminos sinuosos por los que el devenir nos obliga a transitar. Cada cicatriz es el sello de una historia que, con protagonistas y una lógica propia, forma parte de nuestra existencia. Un atributo tan inherente al ser humano que es imposible imaginar nuestra existencia integral, olvidando o despreciando el pasado.

Recordar los 27 años de aquella jornada en la que con aires de esperanza se abría el horizonte para la construcción de una nueva forma de gobierno, dejando de lado una sangrienta dictadura que colmó de sangre y dolor la vida de miles de compatriotas, nos empuja revisar la manera en la que los paraguayos fuimos construyendo nuestro propio destino.

Una mirada optimista destaca algunos aspectos, que no superan el mero formalismo. El ritual democrático de respetar resultados electorales se fue consolidando en el tiempo y hoy es una de las características más resaltantes de un pueblo que elige libremente a sus autoridades, respetando el deseo de la mayoría. Haber comenzado un proceso de transparencia en el que la ciudadanía demuestra su fastidio ante los casos de abusos por parte de autoridades y trabajadores, que no lo son, es otra de las batallas que están bien encaminadas en la sociedad paraguaya. La gente se cansó de los privilegiados y los denuncia abiertamente, ese es un logro social demasiado importante.

Sin embargo, un análisis más profundo nos deja ver que existen demasiadas tareas pendientes. Una democracia con desigualdad social, hambre, miseria, injusticia, desempleo, inseguridad, se transforma en un sistema insostenible. Esto abre la posibilidad de insuflar ánimos a quienes añoran aquellos viejos tiempos, engañados por una mirada interesada, y repitiendo, sin mucho sustento, que antes se vivía mejor.

Uno de los puntos en los que estamos fallando son las instituciones que siguen fracasando. Como lógica consecuencia, no se puede dar un ropaje de seriedad a la administración de recursos, ya sean estos económicos y de gestión. En gran parte, las iniciativas de calidad que se conocen en el país parten de esfuerzos aislados y no como derivación de un sistema que garantice la correcta tarea de las personas que ocupan esos cargos.

Al final de cuentas, las instituciones no son más que el reflejo de la manera en la que construimos nuestra realidad. Todos esos inconvenientes que detectamos son la muestra más fiel de lo que somos. Como un espejo en el que se replica de forma irrefutable el rostro que tenemos. Nuestras instituciones sufren males endémicos de corrupción e impunidad, derivados de una profunda raíz común, el bajísimo nivel educativo.

La dictadura estronista se encargó de sumir en un profundo pozo el sistema educativo, elemento clave para que el entorno oficial pudiera continuar en el poder. No es menos cierto que en todo el proceso de construcción democrática, poco hicimos para dar un salto cualitativo que ayude a torcer el rumbo de nuestra sociedad, partiendo de la educación integral como estandarte.

Esa misma pobre formación educativa deriva en instituciones de baja calidad, en donde los viejos problemas de administración se perpetúan, porque no existe una real intención de cambio. Entonces, la democracia sigue sirviendo de fachada para que la gestión de gobierno, quede en manos de los inoperantes de siempre. La mala memoria colectiva no es más que otro síntoma indiscutido del camino transitado, que está lleno de oscuros pasajes que facilitan tergiversar las crueles acciones contra ciudadanos y la sistematización del robo como política de Estado.

Mientras en la lista de pendientes de la sociedad paraguaya siga estando la elaboración de políticas públicas educativas, el esquema que debía haberse desmontado hace 27 años seguirá operando febrilmente, con rostros nuevos que van rotando de matices, colores y protagonistas, aunque en el fondo el modelo operativo continúe intacto. Es tiempo de entender que las transformaciones reales se consiguen con acuerdos sociales que modifiquen todos los cimientos en donde se construyen ideales y valores de nuestra comunidad, para concluir definitivamente que sin educación no hay democracia, ni habrá futuro y mucho menos mejor calidad de vida para los paraguayos.

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