Carina Gómez
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Hace algunos años, cuando pensábamos en el futuro del trabajo, visualizábamos imágenes parecidas a Star Wars – La Guerra de las galaxias. Filas de robots idénticos entre sí, realizando tareas automatizadas con extrema eficiencia.
En realidad, esas imágenes se asemejan mucho más a lo que pasaba en las líneas de producción de las industrias de 1.900, en la llamada revolución industrial. Miles de trabajadores realizando sistemáticamente una sola tarea cada uno.
En Paraguay, la economía era precaria y basada casi únicamente en la producción de algodón. La mayor parte de la población vivía y trabajaba en el campo. La educación era un privilegio de una minoría. Las organizaciones eran completamente verticales, al igual que las sociedades. La comunicación y la colaboración no eran incentivadas.
Si bien algunas organizaciones no se han alejado mucho de ese modelo, la evolución de la economía cambió la manera de trabajar y comenzó a demandar una fuerza de trabajo muy diferente. La agricultura y la ganadería siguen siendo predominantes (27,7% de participación en el PIB del 2004 al 2015 – fuente: BCP), pero crecen los sectores del comercio y los servicios, con una mano de obra más diversificada y valorando al trabajador como el principal recurso para el logro de objetivos.
De hecho, en este nuevo modelo económico el capital humano es central en la optimización de la eficiencia manejando los demás recursos: capital, infraestructura, maquinaria, materia prima, e incluso robots.
Lo que hace a una empresa excelente es justamente la manera como construye relaciones entre las personas, los recursos, el mercado y la productividad. En este escenario de relaciones la palabra clave es la confianza.
Cuando preguntamos a los más de 5 millones de colaboradores que entrevistamos cada año en 47 países alrededor del mundo, lo que hace de su empresa un excelente lugar para trabajar, escuchamos frases relacionadas a la confianza en la visión, en las decisiones que se toman, en el futuro que se proyecta. Además, mencionan un propósito compartido y el orgullo de ser parte de ese propósito.
Alinearse a un propósito es la búsqueda principal de las nuevas generaciones de empleados que ya están comenzando a ser mayoría en nuestras empresas. La fuerza de trabajo del futuro. Y ese propósito tiene que estar conectado con una misión que trascienda la organización y que impacte en la comunidad o, mejor aún, en la humanidad.
En este propósito se sostienen los valores que van definiendo la Cultura Organizacional, la manera de hacer las cosas, que está compuesta además por hábitos, normas, creencias, y define formas de pensar, de sentir y de actuar. Es la cultura la que atrae, retiene y genera compromiso en los talentos que la empresa necesita para lograr el propósito.
Estamos en una etapa donde se necesita ser competitivo para sobrevivir, y esta competitividad se basa en la demostración de eficiencia. No es producir o vender más, sino hacerlo mejor. Bajo esta premisa, las empresas comienzan a demandar una fuerza de trabajo formada y entrenada para sacarle el mayor partido a los factores que hacen al negocio. Empleados con especializaciones diversas que se animen a innovar y estimulen permanentemente la creatividad, no importa cuál sea su cargo. Para acceder a este escenario las empresas deben trabajar necesariamente en la cultura, y así atraer a las personas adecuadas y proporcionarles un ambiente seguro y confiable que les permita entregar su mayor talento y seguir desarrollándose.
Lejos de la visión de robots alineados detrás de las tareas, estamos caminando hacia lugares de trabajo donde personas con alma se encuentran para compartir aspiraciones, valores, intereses y creencias.
Las empresas que sean eficientes construyendo relaciones de confianza que estén alineadas a la productividad y que compartan un propósito mayor, serán las que consigan y sostengan incomparables ventajas competitivas en el futuro próximo.