La protesta universitaria -que ganó rápidamente la adhesión de amplios y variados sectores de la ciudadanía- consiguió un histórico triunfo al concretarse ayer la renuncia del rector de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), Froilán Peralta, sobre quien ya pesaba una imputación y una orden de captura. La movilización pacífica de los estudiantes despertó la simpatía del resto de la población y empujó los pesados engranajes de la propia universidad y del Ministerio Público, que finalmente actuó con la energía debida. La sana rebeldía de los jóvenes -expresada en forma tranquila pero firme y con una gran creatividad- derrotó esta vez a la corrupción y a la impunidad.
La salida de Peralta del cargo de rector -luego de hacerse públicas escandalosas irregularidades de su administración- era un paso indispensable para avanzar no solo hacia la normalización de la UNA sino más allá, hacia su completa renovación. Porque, es imprescindible decirlo hoy, el alejamiento del ahora ex rector solo es un capítulo de una lucha que demandará nuevos esfuerzos por parte de estudiantes, docentes y sociedad en general.
El nepotismo, el amiguismo, los manejos desprolijos y turbios, la corrupción, son vicios sistémicos, no personales o individuales. Lograr la renuncia o la destitución de una autoridad que incurre en alguna de estas prácticas es desde luego un hecho positivo, pero para conseguir resultados efectivos y consolidados a mediano y largo plazo es preciso reformar el marco normativo de la UNA teniendo dos objetivos fundamentales: una genuina autonomía universitaria, blindada contra las permanentes injerencias político partidarias, y los mecanismos que garanticen una gestión transparente y moralmente irreprochable de la institución. Mientras estas condiciones de fondo no se construyan, el sistema seguirá generando directivos y autoridades sometidas al caudillo partidario de turno.
Por ello, aunque el momento de alta efervescencia quizás pase o disminuya naturalmente, los estudiantes, los docentes y la sociedad en general deberán analizar los caminos para profundizar los cambios en la Universidad, con miras a devolverle el prestigio perdido y, especialmente, con la meta de reencausarla en sus nobles objetivos de búsqueda y difusión del conocimiento y la verdad. Además, si existe alguna palanca que pueda servir al país para alcanzar el anhelado crecimiento económico y el desarrollo social, esa herramienta solo puede ser la educación de calidad. De manera que la excelencia en la preparación de los estudiantes universitarios forma parte de la estrategia que podría conducir al Paraguay a superar los problemas crónicos de pobreza y atraso.
La educación superior no puede ser dejada en manos de personas venales y sin moral que medran a costa del interés general o de comerciantes que solo buscan lucrar. La partidización de la UNA es la contracara de otra penosa realidad de nuestra educación superior: la proliferación de universidades privadas que carecen de las más elementales condiciones para el desarrollo de las carreras. La formación de nuestros técnicos y profesionales es un asunto de la mayor importancia estratégica para la nación y el Estado debe involucrarse absolutamente en él.
La primavera que vive la UNA debe prolongarse hacia nuevas metas. Los estudiantes universitarios han demostrado que pueden impulsar la renovación con inteligencia y sin actos de violencia que socavarían la legitimidad de sus reclamos y los aislaría del resto de la sociedad.