Por: Alex Noguera

Editor / Periodista

El único castigo del que ningún pecador puede escapar es el remordimiento. Y a la vez es el único consuelo de esperanza que mantiene a los oprimidos por la injusticia. Es por eso que el perdón es algo tan grande que sólo puede ser dado por Dios, y no por los hombres.

Ahora, mediante una carta dirigida al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el papa Francisco autorizó el perdón jubilar para mujeres arrepentidas de haber abortado y la gracia sólo será concedida entre el 8 de diciembre del 2015 y el 20 de noviembre del 2016, lapso del Jubileo de la Misericordia o Año Santo.

Esta carta encendió la mecha del debate en todo el mundo y las opiniones se dividen entre los que están de acuerdo y los que no. No es para menos, perdón y aborto son dos de las palabras más fuertes que existen en la cultura occidental.

La carta del Papa no pone el perdón en oferta, ya que explica que "el perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre".

Algunos creen que con arrepentirse de sus pecados es suficiente, así se obtiene el perdón de Dios. Con esa mentalidad, todos en la sociedad cometerían las más grandes atrocidades y minutos antes de morir, simplemente se "arrepentirían" para llegar al cielo.

El Papa habla del perdón de Dios (a través de los hombres). También del arrepentimiento sincero y de confesión. Tres elementos a los que le falta el cuarto, la penitencia. Pero una verdadera y no aquella hipócrita en la que el "arrepentido" murmura de rodillas unos rapiditos padrenuestros mezclados con avemarías y cree que queda limpio como recién bañado con perfume. No.

Un hombre puede robar mil millones de dólares. Puede arrepentirse verdaderamente de haber robado, ir junto al sacerdote, confesarse, y después repetir 100 padrenuestros. ¿Es merecedor del perdón? No.

O peor, una persona entra a robar en una casa o en un banco y mata al dueño de casa o al guardia. Aunque no haya robado dinero, sí robó una vida. Y quizá el asesino cometió el hecho por desesperación, y hasta es una buena persona. Por eso se arrepiente y acude al sacerdote, se confiesa, y cumple la penitencia. El sale renovado de la iglesia… y sin embargo no es así de sencillo. En ambos casos, los pecadores deben resarcir su pecado.

En el primero, debe devolver lo robado e ir a la cárcel y pagar su error también con la sociedad; en el segundo, pagar ese error con la sociedad y también con ese hijo al que dejó huérfano y desprotegido al haberle arrebatado a su padre.

El verdadero perdón es algo serio y no se lo obtiene con una coima a un juez, como es costumbre entre los hombres. Hay pecados que no solo retuercen el alma de una persona, sino que se trasuntan a la sociedad, profundos y secretos dolores personales que se convierten en colectivos.

El aborto es un dolor silencioso que muchas mujeres guardan durante toda su vida y les impide alcanzar la felicidad. A ellas y a su familia.

Una jovencita que en un momento de desorden hormonal concibe un hijo sin querer y lo aborta, 20 o 40 años después ve de forma muy distinta la vida.

Ve a sus hijos jugar, a sus nietos corretear y el alma se le parte recordando al hijo que ella mató. Ese fuerte dolor late, tanto dentro del corazón de la mujer como en el de la sociedad.

Francisco abre un resquicio para que escape un poco de la presión en la conciencia de todas aquellas mujeres que cometieron ese pecado. Es como levantar la perilla de la olla para que con la presión que se va, entre el perdón y la paz.

El perdón no está en oferta ni tampoco es para que en el Año Santo, cualquier mujer aproveche la tregua para cometer un aborto y reciba la gracia. Al contrario, el Jubileo de la Misericordia será momento solemne en el que todas esas madres atormentadas por el incorruptible juez de la conciencia alcancen la reconciliación consigo mismas y el perdón de ese hijo que le espera en el cielo.

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