Por Augusto dos Santos

Era una apacible tarde de pesca en el Sur cuando el ex presidente Fernando Lugo preguntó "¿qué hora es?". Se escuchó atrás a su entrañable amigo, un importante técnico y político colorado, "Kencho" Rodríguez, responder:

-¿Qué hora quiere Ud. que sea, Presidente?

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Lo que puede ser considerado un gesto de obsecuencia, fue sin embargo una gran lección de parte de un astuto político, que el ex Presidente nunca llegó a aprender: la administración del tiempo político tiene que ser de propiedad del Presidente. Dejarlo en manos de las circunstancias, del poder en ebullición alrededor del mandatario o de los intereses en juego, es una interesante manera de suicidarse.

Aparentemente Horacio Cartes es de los otros, de los que desean meterse personalmente a construir su entorno y por sobre todo su sitio en el futuro.

No somos un país como cualquiera. En esta República echaron a dos presidentes vía juicio político (Cubas y Lugo) y estuvieron a punto de desbarrancar a otro (González Macchi), en general a consecuencia de circunstancias políticas coronadas luego con un hecho traumático. Con estos antecedentes, los presidentes deben dormir como los cocodrilos, con los ojos abiertos, ya que se duermen totalmente… y son cartera.

En Paraguay no existe en rigor, ni a nivel ciudadano ni a nivel congresual, la actitud de protección de la figura presidencial, pese a que objetivamente constituye el cargo que cuenta con mayor volumen de concentración de poder y tiene el respaldo soberano más específico por parte de la ciudadanía; aquí el cargo de Presidente no es algo que se deba protegerse especialmente, como sucedería en otras culturas políticas.

Ello es atribuible a la propia ingeniería de la actual Constitución, que desde principios de los noventa se pasea por nuestra historia obstruyendo a los presidentes y facilitando a los congresistas, en tanto es una Constitución con complejo de represa antidictadura.

De hecho, elaborarla con esta factura es un índice de la altísima buena voluntad que reinó en su momento, tan voluminosa como su falta de lectura sobre la realidad contextual, temporal, geopolítica, que para aquel tiempo ya hacía imposible reinstalar una dictadura en Paraguay… aunque se quisiera.

Desde entonces y hasta hoy, cualquier Presidente que desea construir un proceso más o menos serio y plantear reformas estructurales en la vida nacional se ve obligado a caminar con el programa de Gobierno bajo el brazo y la calculadora de votos parlamentarios en la mano. Sea cual fuera el error que se cometiera, se enarbolará en las playas del Congreso la bandera del juicio político como si ella fuera nuestra más madura manera de resolver nuestras diferencias nacionales.

Muchos se preguntaron ¿qué necesidad tenía Cartes de meterse en las internas? Y tal pregunta puede tener lógica si se analiza objetivamente, ¿por qué lo hizo si tenía suficiente apoyo de su partido?, se agregaría.

Sin embargo, hay lógicas universales que pueden ser fácilmente engañadas por el arandu ka'aty de la política paraguaya; por lo cual, hilando mucho más fino, se puede ver lo que en realidad sucede: Horacio Cartes operó un dispositivo de futuro, con el carácter de quien es "guapo" para las inversiones, sembrando hoy para cosechar mañana. ¿Cosechar qué? Eso que no lograron los presidentes anteriores: estabilidad para sus planes. ¿Es un negocio riesgoso? Claro que sí. Es un negocio riesgoso. Para lograrlo Cartes tiene que surfear sobre olas habitadas por los más astutos tiburones de la ANR, a los que eligió como contendores.

La jornada electoral de hoy solo puede tener dos resultados: que gane Cartes o que pierda Cartes y eso lo sabe el Presidente. Y ello, a su vez, le provoca la necesidad de un resultado suficientemente amplio para no dejar dudas.

Si el resultado le fuera adverso, el reloj del tiempo político pasará a manos de "Marito", quien no solo será el encargado de los tiempos en el Congreso y en el partido, sino que será –a partir de ello– un árbitro importante para optar por ponerle un nombre y apellido al 2018.

El presidente Cartes sabe, a la luz de todo lo que vino pasando en Paraguay, que el mejor sitio para ese reloj es su propia muñeca.

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