Poco más de 700 personas acompañaron a los brasileños en cada acorde de la noche en el Club Olimpia.

Por: Will Larroza

@Wilpagliaccio

El público habituado al rock y al metal en Paraguay sigue recibiendo agasajos, de parte de los ídolos que otrora sólo podían escucharse por discos prestados, o comprados en el Mercado 4, con conciertos soñados mientras las gargantas quedaban sin sonido tras gritos desaforados y entusiastas, en alguna esquina de barrio. El viernes pasado, uno de esos sueños se hizo realidad, cuando los hermanos Igor y Max Cavalera pusieron su sello inmortal en el Club Olimpia.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Con varios desfases de tiempo, la agrupación brasileña recién pudo pisar Asunción a las 21:00 horas, por inconvenientes en la frontera entre Paraguay y Brasil, lo que hizo que el show de los teloneros ni siquiera pudiera realizarse. No obstante, cuando la banda aplastó el escenario alrededor de la media noche, las melenas se soltaron y los cuellos se dislocaron con los primeros riffs de "Babylonian Pandemonium", del último disco de la banda, denominado "Pandemonium". Alrededor de 700 personas iniciaron el ritual del "mosh" que haría vibrar los alredededores del estadio en donde se desarrolló el concierto.

Set memorable

El setlist básicamente incluyó una gran cantidad de temas de la banda que fundaron Igor y Max, Sepultura, algo que el público agradeció con coros eufóricos y movimientos saturados de energía. "Desperate Cry", "Refuse / Resist", "Roots bloody roots", "Dead embryonic cells" e incluso el cover de Mötorhead de "Orgasmatron" hicieron retumbar el vecindario. No obsante, los temas propios de la banda, con la voz rasposa y característa de Max (quien de tanto en tanto agradecía a Paraguay por la noche) fueron recibidos con aplausos cerrados, y puños arriba cuando culminaba cada tonada.

Aunque el público no fue masivo, la fresca noche asuncena se tiño de negro en una cuadra, con vehículos que rememoraban clásicos de Sepultura a todo volumen, pocos revendedores de entradas, y no escasos vendedores de cervezas formaron la decoración del exterior del escenario.

Una bandera brasileña al costado del breve pero enérgico escenario, y una camiseta albirroja en el torso de Igor Cavalera, dieron pista de la hermandad metalera entre ambos países. Una hermandad que fue aplaudida de pie a cabeza con el cántico desaforado de los asistentes, que aunque pocos, no implicaba que no eran bulliciosos. Un bullicio de vida, un bullicio de metal, un bullicio de música.

Déjanos tus comentarios en Voiz