Enrique Vargas Peña

El pasado 7 de abril tuve el placer de hacerle una entrevista, en "Tarde de perros" por radio La 970 AM, al investigador argentino Abel Basti (http://bit.ly/1z5J9Lp), autor de varios libros en los que sostiene que Adolfo Hitler, dictador de Alemania, terminó sus días en nuestro país.

Basti mostró, en el curso de la entrevista, un erudito conocimiento de los detalles de los últimos días de Hitler y de las investigaciones posteriores a la rendición de Alemania, a partir de los cuales elabora su hipótesis.

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Pero, notablemente, Basti hace una selección sobre las evidencias circunstanciales existentes desechando la mayoría de ellas y aceptando solo algunas para construir su teoría.

El investigador argentino descarta de plano todas las evidencias sobre la muerte de Hitler, el 30 de abril de 1945 en el búnker de la Cancillería (jefatura del gobierno) de Berlín que no sean congruentes con una conversación informal sostenida por el dictador soviético Joseph Stalin con el presidente norteamericano Harry Truman, en la Conferencia de Postdam (julio y agosto de 1945) (http://bit.ly/1eH8y4h), en la que Stalin negó la muerte de Hitler.

Basti descarta todos los testimonios de las personas presentes en el búnker en el momento en que Hitler y su esposa, Eva Braun, se suicidaron, con la excusa de que todas esas personas estaban en una operación de encubrimiento, una conspiración para facilitar la fuga del dictador. Basti no agrega más que su teoría de conspiración para desechar todas esas evidencias. Tampoco responde adecuadamente por qué Hitler habría abandonado a su esposa recién casada.

Esta es una primera contradicción de Basti: Atribuye a una conspiración de testigos alemanes del suicidio la falsedad de la autoeliminación pero no considera que lo que Stalin le dijo a Truman fue parte, según los historiadores, de una conspiración del soviético para instrumentar la figura de Hitler.

Además, Basti desecha la mayor parte de la evidencia obrante en los archivos del servicio de contrainteligencia del Ejército Rojo (FFAA de la Unión Soviética) SMERSH (http://bit.ly/1z5NvCg) cuyos agentes son quienes encontraron los cadáveres de Hitler y su esposa Eva.

Y desecha la mayor parte de la evidencia obrante en los archivos del Comité de Seguridad del Estado de la Unión Soviética, KGB, (http://bit.ly/1OmSOWS), depositario final de toda la documentación.

Por ejemplo, Basti desecha la identificación, vía placa dentaria, que el dentista de Hitler, Hugo Blaschke, realizó para los soviéticos el 11 de mayo de 1945 (http://bit.ly/1aifh8j); no dice que el cráneo erróneamente atribuido a Hitler que fue sometido a pruebas de ADN en el 2009 en realidad fue rescatado de una tumba berlinesa muy posteriormente y que los huesos hallados en mayo del 45 no fueron sometidos a la pericia (http://cnn.it/1aT85kf); no considera la autopsia realizada por el SMERSH que fue publicada por Lev Bezymensky en 1969 y tampoco considera las órdenes dadas por Yuri Andropov, jefe del KGB en 1970 de exhumar, destruir y tirar al río Biederitz las cenizas de los cadáveres atribuidos a Hitler y Braun (http://amzn.to/1yle37T).

Basti sostiene entonces, que ya que nunca se encontraron, según él, los huesos de Hitler, este no murió en Berlín.

El investigador argentino tampoco da importancia alguna a dos documentos de puño y letra de Hitler, su testamento y su acta de casamiento, ambos consistentes con su voluntad de suicidarse.

En cualquier investigación seria sobre la duda es necesario tener motivos legítimos para desechar una parte de la evidencia, para no usar solamente la evidencia que se ajuste a la creencia de alguien. Si uno va a desechar una serie de evidencias argumentando que deben descartarse por ser fruto de una conspiración, lo mínimo que debe hacer para ser riguroso es probar la conspiración en la que se está basando. Basti no lo hace.

Un segundo capítulo es la teoría de Basti según la cual Hitler pudo hacer, cruzando enormes territorios controlados por sus enemigos, dos viajes extraordinarios, uno desde Berlín hasta España, una España gobernada por un Francisco Franco enemistado con Hitler desde la Conferencia de Hendaya (http://bit.ly/1clsv5C) y buscando un entendimiento con los Aliados, cosa que logró después; y el otro viaje, el cruce del Atlántico para llegar a una Argentina que estaba en guerra con Alemania.

Basti tampoco da importancia al hecho de que Hitler estaba bastante enfermo, según todos los reportes de sus médicos y según todos los testimonios de quienes lo visitaron entre el 20 de julio de 1944 y el 29 de abril de 1945, y le convierte en protagonista de dos viajes para cada uno de los cuales habría que tener la fuerza del imaginario James Bond para tener alguna chance de éxito.

Benito Mussolini, el dictador italiano que estaba en mejor forma física que Hitler, y que sí estaba escapando con su pareja Clara Petacci, no logró circular más de quince kilómetros a través de líneas enemigas. Según Basti, Hitler logró viajar dieciséis mil kilómetros.

Y toma como cierto ese largo viaje en particular sin dar demasiadas explicaciones del por qué elige ese y no cualquiera de los quince o veinte supuestos avistamientos de Hitler en diversos lugares de Europa, imaginados después del suicidio del 30 de abril de 1945 (http://wapo.st/1FxuyjD).

La obra de Basti termina involucrando a Juan Domingo Perón y a Alfredo Stroessner en el supuesto encubrimiento de Hitler. Ciertamente Perón sintió simpatía por Mussolini en algún tiempo, pero no alcanzó la presidencia argentina hasta 1946, un año después de terminada la II Guerra Mundial y Stroessner, que tenía el apoyo norteamericano, es decir de los enemigos de Hitler, no alcanzó la presidencia hasta agosto de 1954.

Perón fue derrocado en setiembre de 1955, por lo que el período en que pudo ayudar a Hitler con Stroessner fue solamente desde agosto de 1954 a setiembre de 1955, tiempo durante el cual ambos, Perón y Stroessner, tenían suficientes dificultades como para agregarse la de ayudar a Hitler.

Entre paréntesis, resulta notable que los israelíes, que cazaron a muchos criminales alemanes no hayan buscado cazar al jefe de todos ellos, Hitler.

Al afirmar que Hitler murió en Paraguay, Basti incurre en una segunda contradicción, pues da por hecho el deceso del dictador en nuestro país a pesar de no tener los huesos de Hitler, cuando que la supuesta falta de huesos de Hitler es uno de los argumentos por los que afirma que no murió en Berlín. Si la falta de huesos en Berlín sería prueba de que Hitler no murió allí, la falta de ellos en Paraguay por lo menos debería obligarle a no ser tan categórico.

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