Sabían lo que vendría. Como cada año en la Chacarita, con las primeras crecientes del río Paraguay el agua no pidió permiso. Ingresó al limitado terreno y en cuestión de horas habían inundado la precaria vivienda. A bordo del agua que se volvía inmunda, llegaba además una dañina comitiva de tarántulas, alacranes, víboras, basura y ese olor a cloaca que lo infestaba todo. Hasta ahí era todo igual a cada año; pero esta vez habría una diferencia en la historia tantas veces repetida y sufrida por Blanca Vera, su marido y Roberto Damián, el hijo de ambos, de 7 años.
Blanca, ama de casa y trabajadora doméstica, fue adjudicada con una vivienda en el barrio San Francisco y junto a su familia ya se mudó a donde formarán una comunidad de renovadas esperanzas junto a otras mil familias. La humilde mujer no logra juntar todas las palabras sin quebrarse de la emoción, mientras abraza a su hijo que muestra con orgullo su certificado, ya que fue primer alumno el año pasado estudiando en la escuela República de Cuba.
El nuevo escenario de sus vidas da aún más lustre al acto del niño que honra a una madre trabajadora un sacrificado padre de oficio panadero. En pocas semanas, Roberto cumplirá ocho años y los festejará estudiando a metros de su nueva casa, con nuevos compañeros de escuela y aprenderá algo más de esa palabra que antes solo sabía emplearla en oraciones: futuro.