Las condenadas Dora Merlo y Jorgelina Prieto narraron sus experiencias; una de ellas está a punto de salir y la otra tiene muchos años por delante. Más que historias de vida, son un ejemplo de esperanza. Última edición de "Mujeres tras las rejas".
- Por LOURDES PINTOS
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- FOTOS: FERNANDO RIVEROS
"Aquí se busca que la persona se arrepienta y pida perdón, pero si en cuatro años nunca admití, ahora no lo voy a hacer, soy inocente. Tengo veinticinco años, y a los veintiuno ingresé aquí. Me condenaron a cinco años y seis meses de pena por tráfico y comercialización de estupefacientes. Ya hace cuatro años que estoy encerrada. Si ya llegamos hasta esto, yo seguiré sosteniendo mi inocencia", comenzó diciendo Dora Merlo, con una mirada fija, en un intento por transmitir tranquilidad.
En realidad, lo que percibimos de Dora es impotencia y una rabia acumulada, producto quizás de todo el proceso que debió atravesar cuando apenas iniciaba su juventud. En anteriores ediciones ya compartimos parte de su relato, y esta vez contamos detalladamente cómo y por qué fue a parar en la penitenciaría del Buen Pastor.
Su arresto se debió a que en el lugar donde ella estaba se hizo un allanamiento. Ese lugar era la casa de su madre, ¡pero no vivía ahí!, exclamó muy convincente; incluso habría presentado documentaciones para demostrar que aquel no era su domicilio real y que tenía otra forma de obtener ingresos económicos. Encontraron droga en la casa, pero según la joven, fue su mamá quien tenía consigo. "Yo estaba de visita en la casa al igual que otras personas, pero aún así el jurado decidió condenarme", lamentó.
ESTABA EN UNA EMPRESA PRIVADA
Antes de su detención, Dora se desempeñaba como funcionaria del área de facturaciones en una empresa privada. Ella jamás imaginó que una visita normal a la casa de su madre se convertiría en una de las experiencias que marcaría toda su vida. ¿Seguís en contacto con ella?, le preguntamos, y respondió: "Ella es mi mamá", señalando a una mujer de unos cincuenta años aproximadamente, sentada frente a una máquina de costura, haciendo una de las tantas creaciones del taller Kuña Katupyry.
Dora relata que muchas personas que decían ser sus amigos, se alejaron ni bien se enteraron de lo que le estaba sucediendo, al mismo tiempo perdió su trabajo y hasta al hombre que en ese momento era su pareja, quien decidió abandonarla. Esto ocurrió a pesar de saber que ella no era culpable de lo que le acusaron, contó.
"Para mi era muy importante tener el trabajo y los compañeros que tenía, porque los conseguí por mis propios méritos. Perdí hasta la relación con mi pareja, porque esa persona también sabía bien la realidad de las cosas, pero a pesar de todo decidió apartarse. No me falló solo como pareja y amante, también me falló como amigo porque era una persona que yo conocía de toda la vida", expresó.
Dora decidió que abandonará el país una vez que recupere su libertad. Sus metas son muy claras. Está acabando la carrera de derecho dentro del penal y desea comenzar una nueva vida lejos de este entorno. No descarta que la vida le tenga preparada mejores oportunidades. Para ella esta situación quedará solo como un recuerdo.
"Aquí aprendí a valorarme como persona y en esta experiencia yo no soy víctima, al contrario, me considero una sobreviviente a lo que es este sistema. Yo me siento orgullosa hoy de mi actitud, de mis decisiones y creo que las personas que estarán conmigo tienen que también sentirse orgullosas de mí y no avergonzarse de lo que fui, porque yo no me voy a avergonzar de haber estado aquí en este lugar", finalizó.
DESDE EL PENAL MANTIENE A SU HIJA
Jorgelina Prieto es otra de las internas que se animó a relatar su historia. Su vida no es para nada fácil, ya que le quedan todavía muchos años de encierro, considerando que pesa sobre ella una condena de veintitrés años de cárcel.
Esta mujer fue acusada de homicidio, aunque omitió brindar detalles de lo acontecido. Los archivos nos remontan al año 2011, en que fue asesinado su entonces pareja. A pesar de haber sostenido su inocencia ante el tribunal, la declararon culpable. "Yo no le maté a nadie pero igual estoy aquí y me dieron una condena muy alta", expresó esta mujer.
Al llegar al penal, ella estaba consciente de lo que le esperaba. También sabía que afuera estaba alguien que la esperaría todo el tiempo que fuese necesario para estar nuevamente juntas: su pequeña hija, quien actualmente tiene siete años.
La mejor satisfacción para Jorgelina fue hallar consuelo en los talleres del Buen Pastor, que además de ayudarla a superar la situación, le ayuda económicamente para mantener a su pequeña que está en etapa escolar.
"Quiero lo mejor para ella, porque yo antes no pude estudiar porque mis padres son personas humildes y no quiero que ella pase lo mismo que yo pasé. Deseo estar con ella, pero no pierdo las esperanzas, yo sé que voy a salir, este lugar no es eterno", finalizó.