El Proyecto Gua’a Urbanos es una iniciativa que busca fortalecer la conservación de estas magníficas aves de nuestra naturaleza en las ciudades. En un predio especial se recuperan, se sanan y luego se libera a guacamayos, loros y cotorras que llegan desde casas particulares o decomisos de cazadores furtivos o la venta ilegal. Reciben visitas de escuelas y colegios en un esfuerzo de educación ambiental que bien vale conocer.
- Por Jorge Zárate
- jorge.zarate@nacionmedia.com
- Fotos Jorge Jara
Gua’a se los llama en guaraní, una descripción precisa del fuerte sonido emitido por estos pájaros de fabuloso plumaje, responsables de la expansión y mantenimiento de los frutales naturales en la selva.
Hoy en día, unos 140 guacamayos vuelan libres en la Gran Asunción y hay avistamientos también en Cordillera, en gran medida porque vuelan en promedio unos 25 kilómetros por día. Gracias a las cámaras de los teléfonos celulares se pueden ver registros de las aves tomadas por personas que se alegran de la presencia cercana, sobre todo en frutales, donde se alimentan.
En buena parte, esto se debe al trabajo de Asora Paraguay en su Santuario del Gua’a, el centro de recuperación y liberación de guacamayos y de educación ambiental situado en la calle Cristóbal Colón casi Moisés Bertoni de Luque.
Allí pueden verse ejemplares en recuperación de estas aves de colores rojos, amarillos y azules, también loros habladores, cotorras y otras especies menores, que una vez adquiridos ciertos estándares son liberados.
NIDOS
En el predio también hay instalados nidos artificiales, como casitas de madera, para parejas liberadas que no consiguen un espacio para hacer un nido natural. De hecho, algunas parejitas de guacamayos vuelan libres y se posan en el gran árbol de mango del lugar.
Enzo Espínola, guía ambiental de la Asociación de Ornitófilos (Asora) y parte del Proyecto Gua’a Urbanos, cuenta que la palmera imperial es la favorita de los guacamayos para anidar en áreas urbanas, “ya que en la selva lo hacen en huecos de árboles muy frondosos que en las ciudades casi no quedan”. Un dato curioso es que estas aves no abandonan su nido y, en caso de no ocurrir una destrucción externa, lo pueden llegar a tener de por vida.
Los guacamayos pueden llegar a “hablar”, reproducir palabras de nuestros idiomas como lo hace un loro hablador, pero el proceso es más difícil, apunta el técnico.
PILARES
Asora está abierto al público con reservas al Whatsapp (0981) 443-344 y un aporte de 40.000 guaraníes por persona. Recibe de manera permanente visitas de escuelas y colegios “de todas partes del país”. También a ese número pueden comunicarse quienes quisieran donar un ejemplar o anoticiar sobre avistamientos, ventas ilegales, etc.
“Nuestro enfoque fue cambiando y hoy apostamos fuerte a la educación ambiental”, donde en una sala acondicionada al efecto los visitantes reciben una charla en la que “mostramos videos, les enseñamos todo lo relacionado a los guacamayos: qué comen, qué árboles frutales pueden plantar para ayudarlos, qué pueden hacer por ellos, etc.”, explica.
“El segundo pilar es la liberación de los guacamayos”, cuenta e inicia un recorrido por las instalaciones, donde en principio se exhiben ejemplares en recuperación, “por lo que pueden estar desplumados o inactivos”. Se trata de un espacio en el que habitan animales entregados por familias que alguna vez los tuvieron de mascotas o recuperados por el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) en alguna incautación a vendedores inescrupulosos, situación esta última que suele abundar en las noticias. Allí ingresan en un proceso de observación médica y curaciones si las requirieran. “Si vienen como mascotas tenemos que cambiar ese comportamiento porque a nosotros no nos conviene que al salir ellos busquen la presencia del ser humano o sean dependientes de nosotros porque sabemos que una persona va a aprovechar que el guacamayo se bajó y le va a agarrar. Eso es lo que nosotros cambiamos acá”, comenta.
“La persona que dona tiene que saber que si nos trajo a Pepe, aquí él vive un proceso de readaptación a la naturaleza y que no puede después venir a visitarlo porque el animal va a creer que va a volver con ellos y no es bueno para su proceso”, relata.
EMPAREJAMIENTO
Una vez recuperados, los guacamayos tienen que encontrar pareja. “En general tienen una pareja de por vida”, cuenta Espínola.
Lo dice mostrando el ejemplo de Romeo y Julieta, una pareja de guacamayos que se formó en Asora. Ella era “viuda”, su pareja había muerto y es ciega, ya que un ataque de picadura de abejas la dejó en esa condición.
Probaron con distintos machos que no la aceptaron: “Le daban picotazos. Hay pocos casos en los que se vuelven a emparejar y teníamos miedo que Julieta muera por tristeza y por estar sola. Por suerte llegó el guacamayo Romeo, que al principio no le daba atención hasta que un día, en vez de acercarse a picotearle como hacían los otros, le acarició y, bueno, fue tanto el amor que, gracias a Romeo, Julieta volvió a poner huevos”.
Cuenta que el desarrollo de los pichones es muy rápido. Una vez nacidos, en 21 días ya es un pichón fuerte y en un promedio de tres meses sale del nido a volar.
PRACTICANDO EL VUELO
El vuelo es esencial en sus vidas. Por eso maravilla verlos en sus prácticas en una enorme jaula en la que van preparándose para hacerlo en libertad.
“Aquí tienen dos objetivos: conseguir pareja y fortalecer sus músculos para volar y eso les lleva un promedio de 2 a 3 años, dependiendo de cada ejemplar también, porque hay algunos que estuvieron mucho más con nosotros y otros menos”, apunta Espínola.
La liberación se hace tras la consulta con un ornitólogo especialista en psitácidos (palabra que deriva del griego “psittakos”, que significa loro o papagayo) que evalúa la fortaleza de sus vuelos.
Un ejemplar naranja se posa cerca de la cámara de fotos. “Es un color raro, es la mezcla de un guacamayo rojo con uno amarillo”, cuenta Espínola. El guacamayo rojo, que tiene también plumas verdes y azules, “es el que es nativo, por eso queremos tener un encuentro con artesanos de Areguá que suelen pintar sus artesanías en rojo, amarillo y azul, que son colores de ejemplares de otras partes de Latinoamérica”, apunta. Entre tanto, muestra las instalaciones y cuenta de nuevos proyectos. El sitio recibe aportes de empresas que los ayudan a mantener el costoso operativo y ahora se encuentran preparando una suerte de “enfriador evaporativo” para morigerar el gran calor del verano. También allí tienen una fuente de agua donde nadan patos siriri y merodea una charata, también donados por la gente.
Allí acuden los guacamayos a refrescarse cantando sus potentes graznidos, esos que nombra, preciso, el guaraní.
APOYO DE CLUBES
“Esto demuestra el compromiso que logramos con clubes importantes como el Sportivo Luqueño y el Club Guaraní, que incluyeron en sus camisetas un motivo alegórico sobre los guacamayos para ayudar a tomar conciencia sobre la necesidad de su protección”, cuenta.
Según explica, estar presentes en el fútbol los ayuda a amplificar el mensaje, por lo que esperan que en un futuro consigan llevar el mensaje también en las camisetas de Cerro Porteño, Olimpia y Libertad.
Agradece también el apoyo de empresas que hacen importantes aportes para el mantenimiento del sitio e invita a otras a acercarse como espónsores de esta importante tarea de conservación.
LOS AZULES, RAROS Y VALIOSOS
Recorriendo las jaulas, llama la atención el guacamayo azul, el más grande de estos ejemplares, puede llegar a medir más de un metro entre el pico y la punta de la cola. “Este no es el de la película ‘Río’, es una especie cuyo hábitat es el Pantanal y de los que solo hay reportes de dos parejas que vuelan en libertad, así que si los llegan a ver tienen que avisarnos”, pide. También es el más longevo. Puede vivir unos 100 años contra los entre 80 y 90 que llegan a vivir los otros guacamayos.
Sus picos son fortísimos, preparados para abrir cocos en la naturaleza. “Ellos llegan a cortar los alambres de sus jaulas”, dice Espínola mostrando un tramo reparado después de la acometida de las aves.
Es una especie frágil, pone un huevo o dos cada dos años “y si ponen dos suele sobrevivir un pichón porque comen mucho y los papás tienen que elegir qué pichón va a sobrevivir”, explica.
Espínola cuenta que en el Brasil “hay criaderos comerciales de guacamayos que venden ejemplares para las personas que los quieren tener de mascotas. Funcionan como un banco de genética y es una salida que ayuda a que no se los extraiga de la naturaleza que bien se podría implementar aquí”, comenta.