Este domingo, Toni Roberto rinde homenaje a un pionero de un antiguo confín de la Asunción de mediados del siglo pasado que escribiera sin pretenderlo la historia de su barrio.

Siempre digo ¿hace falta buscar histo­rias donde no las hay? Nuestra visión euro­centrista de las cosas nos lleva a la búsqueda de pala­cios, castillos o palacetes. Sin embargo, yo hoy voy de nuevo a los recuerdos de una zona de los confines de Asunción de los años 50, donde solo se veía el amplio horizonte desde el nuevo barrio Nazareth.

El croar de las ranas y unos cuantos jóvenes que busca­ban vivir en un lugar econó­mico de las afueras de la ciu­dad, que de alguna manera los conecte para el trabajo con el antiguo centro de Asunción, entre ellos Edgar Hugo Ferreira, un intrépido joven que había llegado a lo que después sería el barrio Nazareth, nombre dado por la iglesia que primero fuera una humilde capilla, quien escri­biría, sin pretensión alguna, la historia de su barrio.

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Edgar Hugo Ferreira. Barrio Nazareth. Asunción, 1957

PUENTE AÉREO

La vida de los primeros habi­tantes de la zona era muy par­ticular. Era tan alejado todo que en el barrio había solo una moto que hacía lo que en la aviación se conoce como “puente aéreo”. Los vecinos llegaban en alguna línea de la época hasta la esquina de lo que antes se conocía como leche EPA, en Eusebio Ayala y Médicos del Chaco. A partir de ahí entrar con aquel legenda­rio biciclo hasta el corazón del barrio que eran los alrededores de la actual iglesia de Nazareth, donde estaban los jesuitas.

En ese camino, entre puentes y collados, el señor Ferreira iba construyendo la memoria del barrio, que también acoge al Club Social y Deportivo Primavera y que tiene histo­ria de luchas y resistencias como las del apresamiento del legendario músico y acti­vista social Fernando Robles en “los años del general”.

DESDE CONTADOR HASTA DIRIGENTE DE BOXEO AMATEUR

Ferreira, contador de profe­sión y profesor recibido de artes plásticas, escribió un solo libro, que en mi caso ins­piró varios artículos de “Cua­dernos de barrio”. Innume­rables recuerdos como los del perro Tom, la historia de Villa Lata o las peleas caninas en el andurrial de la escuela Felicidad González quedaron grabados en los archivos de la memoria de estas páginas.

Multifacético al máximo, era además dibujante, promovía el boxeo amateur, organizó certámenes de canto y locu­ción en el barrio. “En el impro­visado escenario del patio de casa, desfilaban jóvenes talen­tos”, nos cuenta su hija María Luisa Ferreira, depositaria de estas historias.

Sigue contando que “el gana­dor de la competencia se resolvía con votos y jurados con las personalidades del barrio”.

PIONERO EN DISCOTECAS DE BARRIO

Pero por si todo fuera poco, don Hugo Ferreira fue pionero en servicios de discoteca y publi­cidad de barrio. Tenía parlan­tes y altavoces; además, fue propietario del primer cine de la zona y fotógrafo, registrando todo el proceso desde la crea­ción de ese enclave hasta la lle­gada de la Terminal de Ómni­bus en 1980.

Como dibujante publicista, creó en su casa el Taller Cultu­ral Mainumby y promovió la expresión de los chicos de aquel punto tan alejado de la Asun­ción de los años 40, 50 y 60.

Tanta era la distancia del cen­tro de Asunción que cuando preguntaban ¿dónde vivís? la respuesta era “ahh, en el fin del mundo” o “donde el dia­blo perdió el poncho” y para los más chetos de los 70 era “en san P... y caridad”.

Hoy nuestro héroe barrial de esos antiguos confines hubiera cumplido 94 años y yo lo recuerdo, sin haberlo conocido, con aquella frase que siempre utilizo: “Los suburbios de Asunción tam­bién tienen sus propias his­torias como París, Londres o Roma”. Nazareth es uno de ellos.

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