¿Será esta acaso la era de la mentira? El engaño, como práctica social y política, no solo parece extenderse, sino que se consolida. Poderosos y poderosas van contra todos y todas aquellas que denuncian sus mentiras.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista Twitter: @RtrivasRivas
- Fotos Gentileza
El río Nestos, tan meandroso como la búsqueda de la verdad, recorre deslumbrantes geografías mientras sus aguas que vienen desde la cima misma del Kolarov mojan riberas búlgaras y griegas hasta desaguar en el mar Egeo, a la vista de la isla de Tasos, luego de dejar atrás los fangales y pantanos que a su paso descubre en la llanura costera de Khrisoúpolis y después recorrer el cabo Bulustra.
Persas, godos, visigodos, eslavos, turcos otomanos y sus descendientes hasta nuestros días supieron y saben de él. Abdera, en esa región, fue una polis que desde el 656 aNE fue tierra de intelectuales y filósofos, entre los que se destacan Protágoras, Anaxarco, Leucipo y Demócrito, a quien se lo suele mencionar como el padre de la física, aunque también se le adjudica la paternidad de la ciencia moderna.
Alguna vez, en este mismo espacio, consigné su nombre y brevemente parte de su historia personal. Polímata él, además de filósofo, entre el 460 y el 370 aNE, vivió en Abdera y se lo alude como mentiroso. De allí parte de su fama desde entonces.
SILOGISMO
A tal punto que Jorge Luis Borges (1899-1985), el 5 de diciembre de 1934, en la Revista Multicolor del diario Crítica de Buenos Aires, luego de señalar a Demócrito como el “inventor de los átomos indivisibles, negador del espiritismo, falsificador de esmeraldas, disolvedor (sic) de piedras, antiguo ablandador del marfil”, escribió: “Demócrito de Abdera en el Mar Egeo (...) sostiene que los abderitanos son mentirosos; pero Demócrito es abderitano: luego, Demócrito miente”. Y, al parecer, lo hizo desde tres mil años atrás. Mentir y volver a mentir. ¿Desde siempre?
Esopo (600-564 aNE), en Grecia, con sus fábulas advirtió y educó a la sociedad de entonces sobre la mentira. “El pastor mentiroso” –una de sus fábulas– es un clásico hasta la actualidad. La inminente llegada de un lobo que atacaba a su rebaño de ovejas –una noticia falsa desde tres milenios– se sostiene vigente.
LA HISTORIA DE UN MENTIROSO
Carlos Collodi (1826-1890), seudónimo con el que se conocía al escritor italiano Carlo Lorenzini, durante dos años (1881-1883), publicó “Las aventuras de Pinocho” en un diario de Florencia, Italia. Ciento cuarenta y cuatro años atrás. En el siglo XIX. Era la historia de un mentiroso al que le crecía la nariz cuando mentía. Otro clásico.
La Real Academia Española de la Lengua (RAE) nos dice que mentir es “decir o manifestar lo contrario de los que se sabe, cree o piensa”. Didácticamente precisa que sinónimos de mentir son “engañar, inventar, fingir, macanear, boletear, guayabar, pajear, bailarse, carnear, falsificar, calumniar”. La expresión inglesa “fake new” –anglicismo– no la reconoce por inexistente en el idioma español. Recomienda usar noticia falsa o dos de sus equivalentes, bulo o paparruchada.
Las religiones y las creencias también suelen abordar la mentira y al mentiroso. En un foro titulado “La mentira en el islam”, se consigna que el profeta dijo “¡Cuidaos de mentir! Pues la mentira conduce a la inmoralidad, y la inmoralidad conduce al infierno. Un hombre continuará diciendo mentiras y tratando de mentir hasta que Allah lo considere un mentiroso” [Al Bujari y Muslim].
COMUNICACIONES NO AUTÉNTICAS
El 14 de noviembre de 2018, el papa Francisco (1936-2025) explicó que “es grave vivir de ‘comunicaciones’ no auténticas, porque impide las relaciones recíprocas y el amor al prójimo”. Enfatizó luego que “la ‘comunicación’ entre las personas no es solo con palabras, sino también con gestos, con actitudes y hasta con silencios y ausencias; (porque) se comunica con todo lo que uno hace y dice”.
El octavo mandamiento para los católicos es muy preciso. “No darás falso testimonio ni mentirás”. A las y los judíos dice la Torá “aléjate de la mentira”. Se lee en el Talmud: “La mentira no tiene derecho de existir”. No mentir ni volver a mentir. “Se calcula que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras”, sostiene la doctora Sandra Farrera, psicóloga clínica y pericial.
Detalla que “mentir no es simplemente el hecho de decir cosas que no son verdad, (porque) también se miente ocultando información, (dado que) se puede mentir sin utilizar las palabras”. Se miente con “sonrisas falsas, maquillajes que ocultan o disfrazan parte de nuestro cuerpo…”.
La psicóloga Sandra Farrera considera que “la gente miente para quedar bien, para excusarse, para obtener lo que quiere, para no perder ciertos derechos, para dar una mejor imagen de sí misma, para no ofender o hacer sufrir a otras personas con la verdad, porque no saben o no pueden decir que no, para postergar decisiones, por temor al rechazo o al castigo”.
A la hora de analizar a mentirosos y mentirosas, recuerda que “el psicólogo Robert Feldman de la Universidad de Massachusetts (EE. UU.) expone que cuando las personas sienten que su autoestima se ve amenazada, empiezan a mentir”.
PROPÓSITO
Reconoce luego que “la mentira provoca un gran esfuerzo para la persona que miente porque todo lo que dice y todos los hechos falsos explicados comprometen su futuro para siempre” y, por ello, recomienda que “no olvidemos que el propósito de la mentira es engañar, evitar la pérdida, obtener alguna cosa, no frustrarse, ser aceptado, ser creído… y cuando esta se destapa, produce en la persona que la descubre sentimientos de rabia, dolor, desilusión y pérdida de confianza”.
No fueron escasas las veces que tuve que escuchar que fue Friedrich Nietzsche aquel que en un momento de desazón dijo que “lo que más me molesta no es que me hayas mentido, sino que de aquí en adelante no podré creer en ti”. Siento que Feldman y Farrera coinciden.
Aristóteles abordó el tema con más amplitud. No hizo foco solo en quienes mienten. “Quien defienda la mentira nunca podrá ser creído”, palabra más palabra menos, creo recordar que fue uno de sus tantos pensamientos hecho públicos. Con algún grado mayor de optimismo social, Sócrates afirma que, si bien “la mentira gana algunas partidas, la verdad gana el juego”.
¿Para qué mentir y volver a mentir? Y entre estos tantos e interminables cruces de pensamientos que convergen entre nuestras tantas reflexiones, emerge el oficio de periodista. Recuerdo haber leído el 20 de diciembre de 2020 a Javier Cercas en el diario El País de España.
“El buen periodismo es más necesario que nunca. Aquel que no se limita a contar la verdad, sino que además desenmascara mentiras. O al menos no acepta ser cómplice de ellas”. Fund amentó aquella certeza suya puntualizando que la hacía pública “no porque hoy se cuenten más mentiras que nunca, sino porque gracias al poder creciente y ya casi omnímodo de las plataformas tecnológicas y redes sociales la mentira posee mayor capacidad de difusión que nunca”.
PRÁCTICA SOCIAL
Eran tiempos pandémicos que –aunque estén muy cercanos en nuestras memorias– ya pasaron o, lo que es peor, en algún sentido, millones creímos que pasaron. Al menos en la práctica social de la mentira. Aunque parece que no es así. Veamos.
En el más reciente Informe de Noticias Digitales 2025 que da a conocer el Instituto Reuters junto con la Universidad de Oxford, el profesor Rasmus Kleis Nielsen señala que “más de la mitad del público (consumidor de contenidos informativos) demuestra inquietud en torno a qué es verdadero y qué es falso cuando se trata de noticias online”.
Precisa que “más del 40 % de los encuestados (para la realización de ese reporte) se declaran preocupados” por los contenidos informativos que circulan. Esa preocupación se revela “incluso en Dinamarca, Alemania o los Países Bajos, lugres que cuentan con medios relativamente sólidos, ampliamente consumidos y confiables” y consigna que “en Estados Unidos, por ejemplo, la cifra (de desconfianza) es muy superior”.
PERCEPCIÓN
La mensura de esas tendencias permite conocer que – entre los países en donde se desarrolló la recolección de información para producir el informe– “España (31 %), Argentina y Colombia (ambos 32 %) son los países hispanohablantes con menor porcentaje de confianza en las noticias”. Por su parte, “Brasil (42 %) y Perú (40 %) tienen la más alta”.
La circulación de la mentira a la que hizo referencia Cercas, claramente, afecta el ecosistema de medios en general y, en particular, el digital. En ese contexto, por las respuestas que ofrecen los encuestados en cuarenta y ocho países localizados en cinco continentes, expresan sentir “desconfianza en la información”; y, por ello, tienen “alta preocupación por la desinformación y la capacidad de discernir la verdad en las noticias” que reciben y consumen.
Por lo dicho, el 58 % está preocupado por distinguir entre información verdadera y falsa; y los influencers y los políticos son vistos como las principales fuentes de desinformación, con un 47 % de preocupación en ambos casos”. Todos los medios –tradicionales y/o digitales– se ven afectados en su credibilidad. No vamos bien.
VERDAD Y ENGAÑO
Recuerdo haber tomado algunos apuntes en 1995 cuando Jacques Derrida (1930-2004) ofreció una disertación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Interpeló a quienes lo escuchábamos con San Agustín. “Mentir es querer engañar al otro, y a veces (engañarlo) aun diciendo la verdad. (Porque) Se puede decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la verdad con la intención de engañar, es decir mintiendo”.
Desde la perspectiva del derecho penal –escribí en una pequeña libretita– se propone algo parecido. “Lo que importa es la voluntad de querer engañar”. Inmediatamente la voz de Derrida ratificó mi parecer. “No se miente, de ninguna manera, si se cree en lo que se dice, aun cuando sea falso. (Porque) El que enuncie un hecho que le parezca digno de ser creído o que en su opinión sea verdadero, no miente, aunque el hecho sea falso”.
Mentir y volver a mentir, si es necesario. Desde esa perspectiva lanzó la duda en clave de interrogantes: “¿Es posible mentir a sí mismo? ¿ Quién se atrevería a contar la historia de la mentira? ¿Quién la propondría como una historia verdadera?”.
ERA DE LA MENTIRA
Creció un profundo silencio. La falta de respuesta –en mi caso– se extiende. Permanece. ¿Será esta acaso la era de la mentira? El engaño, como práctica social y política no solo parece extenderse, sino que se consolida. Poderosos y poderosas van contra todos y todas aquellas que denuncian sus mentiras.
“¡No es verdad!, dicen ante jueces, juezas y medios!”. “¡Quieren desprestigiarme!”, argumentan. Siempre los dedos acusadores señalan enfrente. El mea culpa solo se exige a las otredades. “Yo, Platón, soy la verdad”, dice Nietzsche que dijo aquel filósofo discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, en Grecia.
“Mentir es querer engañar al otro y, a veces, aun diciendo la verdad”, dijo también Derrida aquella tarde inolvidable. “Se puede decir lo falso sin mentir, pero también se puede decir la verdad con la intención de engañar, es decir mintiendo”, agregó.
¿Memorias del futuro? “No se miente si se cree en lo que se dice, aun cuando sea falso”, explicó luego. Treinta años después releo aquellos desprolijos apuntes. “Cualquiera que enuncie un hecho que le parezca digno de ser creído o que en su opinión sea verdadero no miente, aunque el hecho sea falso”. ¡Joder!
UN VIVO RELATO
Aquel ayer expresado hoy parece ser cosa de todos nuestros días. Recordar a Derrida. Escuchar su hablar pausado en mi memoria suena como un vivo relato del presente. “Ya se pueden imaginar mil historias ficticias de la mentira, mil discursos inventivos destinados al simulacro, a la fábula y a la producción de formas nuevas sobre la mentira, y que no por eso sean historias mentirosas”.
Cada una de sus palabras me resultaron sísmicas. Sacudieron in extremis. Sentado a una mesa del bar La Poesía –nunca un lugar mejor– marcho un ristretto y leo en silencio. “¿Existe, en estado práctico o teórico, un concepto prevaleciente de mentira en nuestra cultura?”, preguntó y se preguntó Derrida.
“Siempre será imposible probar, en sentido estricto, que alguien ha mentido. Aun cuando se pruebe que no ha dicho la verdad, jamás se podrá probar nada contra alguien que afirma ‘me equivoqué, pero no quería engañar, lo hice de buena fe’”, respondió.
Pero –como visionario que por estos tiempos sé que fue– avanzó hasta nuestros días con la respuesta. “Alegando la diferencia siempre posible entre lo dicho, el decir y el querer decir, los efectos de la lengua, de la retórica, del contexto, (también podría decir) ‘he dicho eso, pero no es lo que quería decir, de buena fe, en mi fuero interno, esa no era mi intención, hubo un malentendido’”.
¡Grande, maestro! Pero, a la luz de nuestros mortecinos soles de cada día, debo decirle que a ese listado de excusas por siempre vanas podría añadir... “ m e sacaron de contexto”.