Sin una perspectiva ética, los acelerados cambios tecnológicos que vivimos pueden terminar ampliando las desigualdades económicas, sociales y culturales, por lo que es necesario conducir la evolución de la IA hacia un desarrollo sostenible que no deje a nadie atrás.

  • Por Ernesto Fernández Polcuch
  • Director de la Oficina Regional de Unesco en Montevideo
  • Fotos: AFP

Esperar menos por el transporte público, permitir el acceso a atención en salud a perso­nas que están lejos de centros urbanos, identificar estrate­gias para adaptarnos mejor al cambio climático, enfrentar de mejor manera las sequías, incrementar la producción de alimentos más sanos, diseñar edificios que sean más eficientes en su energía son solo algunos de los bene­ficios que la inteligencia arti­ficial podría generar o ya está generando en nuestras vidas cotidianas.

Sin embargo, sin una perspec­tiva ética, estos cambios pue­den ampliar las desigualdades económicas, sociales y cultu­rales. La paradoja está pre­sente y la oportunidad para tomar acciones es parte de la discusión pública en todo el mundo.

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Contamos con evidencia res­pecto al rumbo que podría tomar la inteligencia artifi­cial si no es bien gestionada y los ejemplos sobran: perso­nas que han sido catalogadas como más propensas a come­ter delitos solo porque algo­ritmos de inteligencia artifi­cial tienen sesgos en torno a personas afrodescendientes o latinas; sistemas de reco­nocimiento facial que se ali­mentan de preconceptos este­reotipados; amenazas hacia la democracia, sus procesos electorales y la credibilidad de sus instituciones por accio­nes como la desinformación, diseminación de discursos de odio, cibervigilancia.

LO QUE HAY QUE EVITAR

Todo esto pone en eviden­cia la necesidad de adoptar principios éticos que frenen cualquier intento de mani­pulación de comportamien­tos sociales, exacerbación de las desigualdades, profundi­zación de los sesgos, fomento del extremismo y la radicali­zación, discriminación o daño a la diversidad, y erosión de los derechos humanos y las libertades fundamentales que constituyen nuestras democracias.

Por ello, y en respuesta a esta necesidad, en noviembre de 2021 los 193 Estados miem­bros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) aprobaron la “Recomendación sobre la ética de la inteligencia artifi­cial”. Este es el primer instru­mento normativo mundial en la materia que establece un estándar global para la inte­ligencia artificial, que se basa en valores y principios éticos para ser aplicados en todo el ciclo de vida de la IA. Además, ofrece orientación detallada sobre cómo aplicarlos en una amplia gama de áreas que están siendo impactadas por la IA, como la gobernanza de datos, el medioambiente, la igualdad de género, la econo­mía y el trabajo, la cultura, la educación y la investigación.

LAS 3 P

La recomendación de Unesco es un punto de partida. Tran­sitar este camino de manera coordinada requiere una estrategia basada en 3 P: pro­veer capacidades, prever resul­tados y priorizar la regulación.

Por un lado, proveer capaci­dades y fortalecer las herra­mientas con que cuentan las personas para dirigir y guiar el desarrollo de la inteligen­cia artificial. El desarrollo de espacios de formación para proveer conocimiento a quienes se vean enfrentados a dilemas en torno a la IA es clave. Desde Unesco hemos avanzado en capacitaciones para todas las personas, y así nadie queda atrás, y también especialmente, con operado­res de justicia y periodistas en torno al impacto que estos procesos tienen en su trabajo.

Por otro lado, es necesario prever y estar preparados res­pecto a los impactos que tiene la IA sobre la vida cotidiana de las personas. Un ejemplo de ello es la creación de un Observatorio de Ética de la IA, de una red de mujeres en IA #Women4EAI, así como la generación de instancias de grupo de expertos y exper­tas en que brinden pautas en la evolución de esta temática.

ASUNTO COLECTIVO

Y como este es un asunto colectivo, se requiere prio­rizar y planificar acciones en conjunto. Aquí ningún gobierno de manera aislada será capaz de poder afrontar este fenómeno, por lo que se requiere coordinación, especialmente entre los paí­ses de América Latina. En conjunto con el CAF (Banco de Desarrollo de América Latina), próximamente se lanzará el Consejo Regio­nal para la Implementa­ción de la Recomendación sobre la Ética de IA de la Unesco como primer espa­cio de gobernanza política de la IA en la región.

Pero además esta planifica­ción requiere de diagnósticos y, por ello, la Unesco colabora con los países de la región para determinar su grado de pre­paración para implementar la IA de manera ética y respon­sable para todos sus ciudada­nos, destacando qué cambios institucionales y regulatorios serán necesarios.

Es fundamental que los países tengan capacidad humana, políticas y regu­laciones para abordar los desafíos que plantea la IA, y garantizar que las personas y sus intereses estén siempre en el centro del desarrollo de la IA.

ChatGPT o Bard podrían haber escrito esta columna, pero lo que de la humani­dad depende es conducir los esfuerzos para que la inteli­gencia artificial sea un activo acelerador para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sos­tenible. Hay una oportuni­dad para la acción coordinada entre Estados, academia, sociedad civil y empresas, trazando la ruta de la inteli­gencia artificial con un enfo­que de derechos humanos. Es momento de que la sociedad toda tome el timón para con­ducir la evolución de la inte­ligencia artificial hacia un desarrollo sostenible que no deje a nadie atrás.

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