“Entrada prohibida”: estos carteles separan a los equipos de alpinistas que se disponen a subir a la cumbre del Everest, pese a varias indicaciones alarmantes de que la epidemia de COVID-19 hace ya estragos en el “techo del mundo”.

La temporada de alpinismo se anunciaba bien, con un récord de más de 400 permisos de ascensión al Everest (8.848 metros), a 11.000 dólares cada una, ya que las autoridades habían flexibilizado las normas de cuarentena para atraer a más montañistas extranjeros, tras la catastrófica temporada pasada, anulada por la pandemia.

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Pero los helicópteros ya van y vienen para evacuar del campamento base, a 5.364 metros de altura, a los alpinistas que presentan síntomas inquietantes. Según los responsables de una clínica que los acoge, se cuentan ya más de 30 evacuaciones médicas, y algunos de los alpinistas han dado positivo al coronavirus en Katmandú.

El inicio de esta temporada coincide con la segunda ola de COVID-19 que golpea a Nepal (351.005 casos y 3.417 muertos en total), pero el gobierno sigue negando la aparición del coronavirus en el Everest.

Incógnita

“Hay escasas posibilidades de que se declare una epidemia en el campamento base, todo el mundo es muy prudente. Entre las personas evacuadas algunas dieron positivo en Katmandú. No fueron sometidos a test en el campamento base, por tanto, no sabemos dónde se contagiaron”, declaró el jefe del departamento de turismo de Nepal, Rudra Singh Tamang.

No obstante, en abril, el alpinista noruego Erlend Ness fue el primer poseedor de un permiso de ascensión al Everest cuyo caso positivo de COVID fue confirmado. Estuvo enfermo dos días y fue trasferido en helicóptero el 15 de abril del campamento base a Katmandú, donde se hizo exámenes médicos.

“El resultado fue positivo de COVID”, declaró Ness a la AFP. “Creo que no soy el único (...) Todos los equipos del campamento base saben que el riesgo de COVID acecha y que deben ser prudentes”, afirmó. La semana pasada, la alpinista estadounidense Gina Marie Han-Lee prefirió por precaución abandonar su expedición, cuyo coste medio se eleva a 40.000 dólares.

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“Tras la primera jornada, tomé un helicóptero para dejar el EBC (campamento base del Everest) y volver a Katmandú. La situación del COVID en el EBC es verdaderamente muy difícil” explicó en su página Facebook el 29 de abril.

“La decisión (de abandonar) es dolorosa pero mi salud está en primer lugar” asegura. “No tengo ganas de correr el riesgo de encontrarme con el COVID en altura”, agrega. La respiración es ya difícil en alta montaña, y una epidemia entre los alpinistas sería potencialmente catastrófica.

Miedo y rumores

En las tiendas de campaña del campamento base, que albergan a más de un millar de personas, el ambiente es poco festivo: los alpinistas deben mantener las distancias unos de otros, ya que ningún test de detección es posible en el lugar. Lukas Furtenbach, de la agencia Furtenbach Adventures, teme una propagación más grave del virus.

“Es primordial saber lo que ocurre, conocer el número de casos confirmados, obtener informaciones y saber con quién se ha estado en contacto (...) para evitar un contagio más importante” declara. “Tenemos mucho miedo, hay muchos rumores y no sabemos lo que pasa realmente” dice por su lado el alpinista indio Harshvardhan Joshi. “¿Qué pasaría si alguien presenta síntomas una vez llegado a un campamento más alto?” se interroga. “La muerte, es el peor de los escenarios”.

Fuente: AFP.

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