Por Lilian Sosa

La verdadera poesía es aquella que nace del corazón. Sin esa pulsión todo podría reducirse a meros ripios literarios que, aunque bien hilvanados, no llegarían al culmen que exige que toda poesía escrita, con versos medidos o libre de metros o a través de su discurso en prosa, debe llevar al lector a turbarse -o no- con su lectura, estremecimiento que deviene del lenguaje utilizado en su desarrollo y en la articulación del mismo con los vocablos de los que el poeta se vale.

Este poemario de Estela Asilvera, al que ella le concedió el nombre de “Lete o tesarái ysyry” (El río del olvido), es un título que, per se y antes de leer acabadamente sus textos, bien puede revelarnos algo de su propósito o de la catarsis emocional que la llevó a titularlo así, apelando a ese Lete de la mitología griega y su enunciado en guaraní, idioma este a la que ella está profundamente ligada mediante su raigal cultura paraguaya, la que, a su vez, se edifica con los códigos que nos concede la cosmovisión de su origen y la de sus hablantes, que es decir de la mayoría de los habitantes del Paraguay.

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Leer estos textos de notable sismo psicológico nos lleva de asombro en asombro, pues campea en ellos la pasión de la autora, estado que apostrofa muchas veces y otras pocas su ánimo se repliega y apela a la ternura, aunque con el cuidado de no caer en los extremos edulcorantes. Es así como nos da la sensación –a quien los lee- de que la poetisa combate constantemente con ella misma, con los dictados de su Yo, en los que subyacen decepciones y acaso esperanzas hacia las personas y también respecto a su entorno vivencial. En este tránsito de estremecimientos encontramos citas o significados que aluden a la muerte y al vacío total: canta su propia existencia como si fuera el fantasma de su propio ser. Se podría colegir que conlleva un estadio que algunos podrían definir como de pesimismo, aun cuando a veces esa suerte de abatimiento se recupera y canta con emoción a la amistad y al subyacente sentimiento de amor. En ese curso, podemos encontrarnos con los poemas de Silencio (dos en conjunto) en los que clama por encontrar paz después de haber comprobado que su libertad fue constreñida, maltratada, la que la induce a crear un conjunto de imprecaciones hacia la innominada persona que la sometió a tal situación. Sin embargo, también recurre a la esperanza o al pensamiento positivo, optimista, como en el poema “Cuesta arriba” con el que cierra el poemario: … ser feliz y contagiar a otros desde la pureza del alma,/

vivir, sin complejos, deseando al otro lo mismo y más/y finalmente ser parte de todo, volver a la madre tierra,/madre que nos vuelve iguales en la/ horizontalidad de las cosas.

Lo escrito por Estela Asilvera tiene sus raíces en la misma búsqueda de la realidad. Los tiempos actuales con los suplicios de miles de personas, la propia lucha y la sensación de haber desperdiciado parte de su vida, conduce sus textos hacia la denuncia, hacia el grito de dolor y de lucha. Es obvio que escribir es para ella una vía de descubrimiento interior, de paradoja constante entre el sueño y el pensamiento, la idea y el deseo, la realidad y la vida.

Descubriendo su propia soledad, trata de reconciliarse con una existencia de tizne aislada y sola. Pero entiende, y combate con sus admoniciones, que la frecuente desesperanza que la suele someter es una forma de autoconocimiento y confesión.


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