La miseria del discurso del odio de periodistas y políticos, ese otro país anclado en los tiem­pos del "pokarê" público y la transa, apareció ayer con un gesto ale­voso buscando cualquier detalle que pudiera desviar la atención del hecho central: la belleza de una realidad indis­cutible con el transado de las primeras familias moradoras del barrio San Fran­cisco.

Entre los agrios que exteriorizaron su enorme dolor por esta obra de bien, desde el hígado mismo del odio, figuran varios conocidos delincuentes que en el pasado, en función de gobierno, se que­daron con la plata de los ciudadanos en resonantes hechos de latrocinio público, pero la memoria es tan flaca en Para­guay, que hoy son los que ocupan con impunidad lugares privilegiados en la oposición.

Es lógico que estos destripadores de las arcas públicas lloren amargamente y vean con tristeza cómo un Presi­dente cumple con sus promesas. Ellos no quieren un país así. Ellos prefieren un Paraguay que tiene la lata destapada para que sus manos negras manoteen todo lo que existe y no quede nada para el pueblo.

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Es natural que se inquieten los que eternamente alentaron el discurso sobre que el "coloradismo tiene una deuda histórica con los bañadenses", pero al mismo tiempo jamas movieron un dedo para construir una sola casa destinada a los pobladores de estas regiones. Es más, muchos de ellos llo­raban amargamente porque no que­rían la relocalización de estos vecinos y efectivamente, el actual Gobierno logró la forma de no relocalizarlos, de hacer que permanezcan en la misma zona, y allí, de inmediato, cambiaron de opinión e inventaron la historia de un problema ambiental.

Son dos países, dos modelos que entran en crisis. El modelo del Paraguay que asaltaba las instituciones, que se que­daba con la plata de los damnificados por las crecientes, y el modelo del Para­guay que construye 2 mil viviendas para los mismos en el barrio San Francisco y construir 5 mil más en Costanera Sur, ese es el Paraguay que en realidad irrita a todos los que ayer estaban preocupa­dos por quien acompañaba y quien no a Horacio Cartes y jamás supieron escri­bir o decir una línea sobre el impacto de esta obra en la felicidad de numerosas familias humildes.

El domingo es un día especial para poner a distancia y fumigar del esce­nario público a las alimañas devorado­ras del dinero público; familias que se alimentan sin ningún pudor del dinero de la sobrefacturación y el asalto a las arcas públicas y, al mismo tiempo, se ponen en cuestionadores de las obras públicas del Gobierno. Personas sin nin­gún peso moral en la sociedad con cuya crítica, inexplicablemente, pierden el tiempo los que tienen el valor del deber cumplido.

El Gobierno ha cometido errores, como todo Gobierno, pero su tarea en la cons­trucción de viviendas y otros rubros ha sido y es altamente valorable. Los únicos que se perjudican con la crítica infundada son los que añoran ese otro modelo, aquel que servía para "enrique­cer a los amigos" y sumir en la pobreza a los sectores más desprotegidos de la comunidad nacional.

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