Si bien es cierto y generalizadamente comentado por los comunicadores que a Marito se lo vio bastante incómodo en los dos primeros debates y con apuro para abandonar el “cuadrilatero”, la decisión de abandonar temporalmente los debates es como tirar la toalla en el segundo round; debates que, por cierto, tuvieron gran repercusión nacional y gran convocatoria mediática, que se prolongó y se prolonga después de terminados, hasta la fecha; para un político candidato a presidente resulta impensable retacearle al público ese espacio de propuestas y antipropuestas, que tiene mucho que ver con la cultura democrática universal.
Incluso cuando sobrepasan ampliamente el nivel de la dialéctica de contraponer puntos de vista y se convierten de pronto en verdaderos rings donde los contendientes se dan con todo. Lo vimos no hace mucho en la campaña electoral estadounidense en que la demócrata y el republicano se fajaron a gusto; solo les faltó morderse la oreja como en un recordado campeonato de box de pesos pesados.
Los debates electorales no son un capricho de los medios, aunque se vuelvan tremenda y exitosamente mediáticos, sino una demanda de los electores que quieren ver la capacidad de desenvolvimiento, evaluar las propuestas y las críticas de los que pueden llegar a ocupar el más alto cargo y, por lo tanto, una parte fundamental del futuro y del destino del país.
En otras palabras, la gente quiere debates y quiere medir a quienes van a votar y no hay mejor forma de evaluarlos que en la esgrima dialéctica de la confrontación de ideas y propuestas, tanto para saber y valorar qué plantan para los próximos años de gobierno como para medir la personalidad de los contendientes, sus seguridades e inseguridades, sus propuestas o su falta de propuestas ante los reclamos de la ciudadanía que, en general, son de público conocimiento en este mundo mediático. Y, menos, en nuestra sociedad, global en su estructura de comunicación, y aldeana en su personalización de las figuras públicas a las que, incluso en los medios, solemos llamar por sus nombres y hasta por sus marcantes, prescindiendo del protocolo de las instituciones.
Es decir, desaparecer de la palestra, aquí equivale a esconderse, cosa que resulta poco menos que imposible y, además, mal visto.
Las razones esgrimidas por el candidato o por su entorno o por sus asesores, resultan bastante inconsistentes, es decir, ingueroviables para la ciudadanía paraguaya acostumbrada a codearse con los protagonistas y a verlos polemizar a diario a través de los medios de comunicación, las redes y demás.
El hecho de que las encuestas le den veinte puntos de diferencia a Marito, suponiendo que sea cierto, como ya se sabe y se ha comprobado, no es un dato definido; a estas primarias del calendario electoral no hay definiciones, ni mucho menos. Las encuestas cambian, como cambian los electores, y tenemos casos de cambios muy radicales, tanto nacional como internacionalmente.
A estas alturas del partido electoralista, sirven, principalmente, si se usan con inteligencia, para ver el panorama coyuntural y sacar conclusiones para corregir discursos y campañas. Pretender darles un valor absoluto es ingenuo, y más ridículo aún pretender ganar las elecciones a través de la publicación de encuestas serias o encuestruchas; la única encuesta inapelable, como se ha demostrado a lo largo de la historia, que garantiza el triunfo, es el cómputo de la Justicia Electoral.
Se suele hablar del aparato, que pesa, pero que no siempre es definitivo; ahí está el reciente caso de Mario Vs. Samaniego por el poder en capital.
Marito mismo ya vivió esta experiencia cuando las encuestas anticipadas le daban como cómodo ganador en las internas de la ANR.
Tampoco es muy serio apelar a la trayectoria política de los contendientes; en esta transición que vivimos, la preponderancia de los outsiders es abrumadora. Ni qué decir en las que se vienen, donde cada vez más se elige a candidatos fuera de la práctica política.
Ya no se vota partido disciplinadamente; una condición fundamental en esta etapa es dar la cara al pueblo. Los debates de la democracia son parte de eso.
Si los partidos no logran repensar su estrategia y su relación con la sociedad, es posible que terminen teniendo que buscar cada vez más figuras de outsiders, quedándose sus militantes outside, es decir, a fuera.

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