• Por el Dr. Juan Carlos Zárate Lázaro-MBA
  • jzaratelazaro@gmail.com

La tendencia actual reduce la vida humana a que nos midan y respeten por lo que tenemos, el núcleo de amigos, si poseemos dinero, seguidores, entre otras cosas, constituyéndose en las herramientas que permiten lograr cierto status, reconocimiento y posibilidad potencial de “elevarnos” de grupo social.

Son ideas que se transforman en un factor de desintegración, falta de cohesión social, dejándonos muchas veces carente de vínculos sociales. El consumismo que nos atrapa se convierte en el criterio primario de inclusión o exclusión social, fragmentando la sociedad y hasta el propio vínculo social.

El egoísmo y competencia entre los seres humanos que promueven el valor de la meritocracia, impregnada dentro de lo más profundo de nuestras estructuras tales como familia, escuela, amigos, deportes en los ámbitos donde desarrollamos nuestros vínculos, rigen muchas veces nuestra forma de relacionarnos y es cuando el TENER, se constituye en más importante que el SER, dando lugar a que el materialismo ocupe para muchos el podio principal salvo honrosas excepciones dentro de nuestra escala de valores.

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El individualismo, lamentablemente, es uno de los responsables primarios de los efectos negativos dentro de nuestra sociedad, en donde siguen predominando la falta de trabajo, la empatía, inseguridad y hasta la desprotección institucional, donde la frase del “sálvese quien pueda” sigue teniendo plena vigencia.

Los seres humanos desde que nacemos consumimos. Lo importante es saber qué y para qué consumimos, tratando de saber discernir cuál o cuáles son nuestras reales necesidades y cómo las podemos cubrir de la mejor forma.

El individualismo en los seres humanos pasa a ser un mal social cuando es egoísta, transformándose en un egocentrista narcicista. El consumo se vuelve un mal social cuando pasa a ser un fin en sí mismo y está guiado por la codicia y no por la necesidad.

Para poder lograr una sociedad armoniosa, productiva, moderna y feliz se hace necesaria la unidad, colectividad y la convivencia de todos los actores que la componen, fomentando y promoviendo el valor humano por encima de la capacidad de consumo, la unificación de los actores principales en las tomas de decisiones y la integración de la sociedad en torno a las problemáticas que les afectan.

Un exceso de individualismo torna más difícil organizar acciones conjuntas para el logro de objetivos comunes, si los individuos no visualizan el incentivo o el beneficio personal en el esfuerzo colectivo.

Las sociedades individualistas pueden volverse más desiguales con oportunidades distribuidas de manera menos equitativa, lo que hace aumentar la exclusión de los menos favorecidos.

El individualismo puede estancar la movilidad social al crear una competencia exacerbada que deja atrás a los más vulnerables. Una perspectiva puramente individualista puede llevar a la incapacidad de comprender el panorama general y a una tendencia al egocentrismo.

La cultura individualista puede generar una sensación de falta de propósito al centrarse demasiado en metas personales y no en la comunidad o en horizontes morales más amplios.

El individualismo extremo puede conducir a una pérdida de los marcos morales tradicionales, difuminando los límites del bien y del mal. La constante persecución de objetivos individuales puede generar frustración cuando no se alcanzan, y la culpa tiende a recaer en otros, lo que puede fomentar actitudes de victimismo.

A pesar de que estamos en pleno siglo XXI el individualismo dentro de nuestra sociedad en diversos estamentos continúan.

En épocas de campañas preeleccionarias los candidatos nos llenan de promesas que muchas veces nos hacen caer inocentemente en la trampa y vamos a votar por él o ella; pero una vez electos, imperan dentro de los mismos su YO, no el NOSOTROS, como debería ser, debido a la demagogia y al populismo prebendario y sectario.

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