- Por la Profesora Mônica de Carvalho
- FDC, Brasil
“La historia no se repite”: según los teóricos marxistas, comprender el ascenso y la caída de las grandes potencias se relaciona, en el ritmo del lema, con la evolución del modelo capitalista de producción. Sin embargo, también parece ser cierto: aunque la Historia no se repita, asistimos a ascensos y caídas tan similares –incluso en la forma en que son sucesivamente aplaudidos y olvidados– que nos seduce la réplica de Mark Twain: “La historia no se repite, pero a veces rima”.
Tras la “bola del momento” de los años 80, el mundo habló japonés, comió bolitas de arroz frío e incluso asistió a luchas de sumo; hoy, la economía japonesa nada en el fondo de un pozo amplio y profundo, mientras el mundo contemporáneo saborea pato laqueado y se sumerge en el mandarín. Si son o no piezas flojas del mismo tablero histórico, no corresponde aquí discutir; pero lo que suscita interrogantes incómodos es la consideración de que tantos sistemas, técnicas de gestión y “fórmulas del éxito” estuvieran todas irremediablemente equivocadas.
Investigadores japoneses insisten en una tecla conocida y controvertida: analizan el efecto de la cultura sobre las elecciones de estructura de capital de las grandes empresas japonesas a lo largo de casi veinte años. El estudio examina los efectos de la cultura organizacional sobre las políticas adoptadas respecto al nivel de endeudamiento (menor, cuanto más fuerte la cultura) y al valor de mercado (mayor, en el mismo caso). Según los investigadores, la cultura corporativa debe considerarse un “capital organizacional” valioso y desempeña un papel significativo en las decisiones sobre el grado de riesgo financiero que la empresa desea asumir; la adopción de políticas contrarias a la propia cultura podría destruir dicho capital.
Una de las conclusiones señaladas es que las empresas con culturas fuertes están más motivadas a evitar situaciones de riesgo financiero, optando por una menor proporción de deuda en sus estructuras de capital. Los resultados empíricos respaldan esta hipótesis, mostrando que la cultura fuerte tiene un efecto negativo y estadísticamente significativo en el apalancamiento de las empresas, lo que indica que es un factor determinante importante de la estructura de capital y, por extensión, del riesgo financiero.
Otra conclusión es que las empresas que cultivan valores de manera transparente (elemento fundamental de una gobernanza robusta) y los difunden en toda la organización no solo sobreviven mejor, sino que también atraviesan con altivez las montañas rusas de los ciclos económicos. Aquí se resumen muchas prácticas más que conocidas en todo el mundo durante los años de esplendor del imperio del sol naciente.
El estudio también critica el modelo japonés en lo que respecta al corporativismo: las empresas con culturas fuertes contratan menos ejecutivos externos y tienden a incentivar la permanencia de vicios arraigados que perjudican la productividad. Este comportamiento, visible durante la “década perdida” (años 1990-2000), es padre de la resistencia al cambio: la inflexibilidad se manifestaba en políticas de empleo que evitaban despidos, incluso ante baja rentabilidad, y en la priorización de la estabilidad financiera en detrimento de los dividendos a los accionistas.
Además, se observaba la resistencia a adoptar modelos de Gobernanza Corporativa orientados a los accionistas, como el estilo norteamericano, con poca inclusión de consejeros independientes. Aunque los investigadores reinterpretan estos comportamientos como decisiones estratégicas para preservar el valioso capital organizacional y su ventaja competitiva, reconocen que tales actitudes evidenciaron el riesgo de que una cultura cristalizada impidiera la evolución del propio modelo de gestión.
Se llega entonces a dos cuestiones importantes: así como ocurrió en el Japón de su auge, los modelos de gestión fueron ampliamente replicados. En la China de hoy, Occidente también busca paradigmas. Por un lado, la lección de Japón era que promover culturas fuertes conducía a un mayor retorno para los accionistas; hoy, en tiempos de crisis generalizada, los cuestionamientos sobre los límites de las formas de gobernanza centradas en el retorno más amplio para la sociedad, como promueve China, se colocan en el centro del debate. ¿Persistirán los modelos del Imperio del Centro?