El inicio de todo movimiento requiere de un estímulo. Tú automóvil podrá tener el motor más poderoso y el tanque de combustible a full, pero no se pondrá en movimiento sin el estímulo de la chispa que genera con el encendido.

Para que podamos movernos nos hace falta ese mismo estímulo.

Podremos tener mucha energía un corazón fuerte y una mente prodigiosa, pero no se moverá en ninguna dirección mientras no reciba el estímulo que genere dicho movimiento.

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En las organizaciones ocurre lo mismo. Difícilmente podría moverse en una dirección determinada, hasta que no exista un estímulo específico que brinde a su gente la energía necesaria.

El estímulo pone en marcha el movimiento. Es por ello que en el ámbito de los negocios concentramos nuestra atención en los grandes temas como productividad, calidad de servicio, cantidad de personal, erogación en salarios, logística, etc., relacionados entre sí con la forma en que usamos la energía.

En diversos aspectos de nuestras vidas y también dentro del ambiente laboral, muchas veces ignoramos el impacto de uno o varios estímulos, concentrando más bien nuestra atención en cómo gastamos la energía, y no qué es o qué lo pone en movimiento.

Todas nuestras decisiones, acciones, conductas y comunicaciones son el resultado de los estímulos que recibimos y de los movimientos que ello genera.

Cualquiera sea la frase utilizada, es un estímulo lo que genera el movimiento que nos lleva a cruzarnos de brazos, colocándonos en una actitud defensiva.

Todas las comunicaciones tienen su origen en un estímulo o conjunto de estímulos específico,aplicándose lo mismo a nuestra conducta.

Como seres humanos, también nos permitimos responder automáticamente a estímulos específicos. Cada vez que detectamos, interpretamos y reaccionamos a un nuevo estímulo, nos condicionamos a reaccionar.

No podríamos tener un buen desempeño si todas las mañanas pensáramos en cómo atarnos el cordón de los zapatos o cómo conducir nuestro automóvil, o qué camino tomamos para ir a la oficina.

Los estímulos, aunque son necesarios, para el aprendizaje se convierten en redundantes cuando la respuesta debe repetirse una y otra vez.

La clave para el éxito está en lograr un cuidadoso equilibrio entre el uso de respuestas automáticas vitales que se requieren para sobrevivir y el uso de respuestas más complejas con un mejor análisis.

Nuestro cerebro es muy bueno para poder detectar problemas, habiendo sido programado desde tiempos inmemorables para hacerlo, sin embargo, es deficiente a la hora de crear soluciones.

No solo es importante la manera en la que seleccionamos los estímulos, sino que, para que el factor estímulo comience a funcionar para nosotros, debemos desarrollar un conocimiento profundo de nuestros sentimientos, emociones y del espíritu arraigado en nosotros que nos impulsan hacia adelante en respuesta a los estímulos seleccionados.

Para que podamos cambiar nuestro comportamiento, hace falta un cambio en los estímulos. Muchas veces repetimos los mismos estímulos sin ser consciente de que no están teniendo ningún impacto en la generación de la respuesta deseada.

Los estímulos ineficaces para que podamos lograr la respuesta deseada también están presentes en nuestros trabajos.

Podría por ejemplo llegar a los funcionarios de parte de la alta gerencia una exportación de hacer esfuerzos para reducir gastos en viajes, horas extras, y otras erogaciones que puedan ser recortadas o eliminadas.

Se trata de un estímulo destinado a motivar al personal para que puedan avanzar hacia una mayor racionalización de gastos operativos y administrativos.

No solo tenemos que cambiar los estímulos que utilizamos para motivar a los demás, sino también los que usamos para motivarnos a nosotros mismos.

Una vida sin estímulos sería como estar en una habitación encerrados a oscuras a prueba de ruido por el resto de nuestras vidas, sin tener contacto alguno con el exterior.

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