• Víctor Pavón (*)

A través del pro­grama de conver­gencia fiscal llevado a cabo por el gobierno se está logrando lo que parecía casi imposible. La influencia del criterio político sobre lo eco­nómico es muy fuerte. Pero no sucedió así. Se está redu­ciendo el déficit fiscal.

Para el año que viene se vol­vería a lo establecido en la Ley de Responsabilidad Fis­cal. Esta normativa establece el tope del 1,5 por ciento del déficit con relación al pro­ducto interno bruto (PIB), y su reducción es una señal positiva con relación a los ingresos y a los gastos esta­tales. Estamos hablando del dinero de los contribuyentes.

Es preciso recordar que desde el año 2013 se rea­lizó un avance en nuestro país en cuanto a contener el déficit, cuestión de induda­ble interés para la población que, por cierto, es la misma medida que propone y lleva a cabo con acierto el presidente argentino, Javier Milei. La ley de responsabilidad fiscal en Paraguay es muy buena, aunque considero y como he dicho años atrás en otro artí­culo publicado: No debe exis­tir déficit.

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Esto es, déficit cero. Ahora bien, es preciso preser­var la legislación con la que contamos de los ataques a la que es sometida cada año al momento de tratarse el Pre­supuesto de Gastos.

Nuestra legislación establece con meridiana claridad que el déficit anual de la Adminis­tración Central, incluidas las transferencias, no puede ser mayor al 1,5 por ciento del producto interno bruto (PIB) estimado. Existe la posibili­dad de elevar el mencionado déficit hasta el 3 por ciento del PIB, en caso de emergencia, crisis o una caída de la activi­dad económica interna.

No obstante, insisto, el déficit debe ser de cero. Y las razo­nes de ello son sencillas por­que la verdad detrás del déficit está en lo siguiente. El déficit existe cuando la administra­ción del dinero de los contri­buyentes se vuelve indife­rente al respeto del dinero ajeno que no es más que del sector privado, individuos, familias y empresas.

La otra razón está en que cuando se financia el déficit se inicia un proceso por el cual se desplaza la inversión privada. Esto implica inexo­rablemente y, fuera de toda duda, una reducción en la tasa de formación de capital con impacto sobre los empleos y los salarios.

Además, y es la siguiente razón, es que el financia­miento de déficit también significa que el propio Estado hace uso del ahorro del sector privado y que este sin duda los hubiera utilizado mejor, en eficiencia, productividad y transparencia. Por de pronto, resulta plausible la reducción del déficit fiscal.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Inter­nacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acredita­ción universitaria en Para­guay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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