Lorenzo es un hombre común, del barrio, como tantos otros en Para­guay.

No tiene apellidos gloriosos ni siquiera juega bien al fútbol, pero lleva en el alma una pasión que no conoce de límites: la selec­ción paraguaya.

Ayer, sentado en el patio de su casa, el humo del asado se mezclaba con la fresca espuma de la cerveza. Es un ritual, una tradición que trasciende generaciones y que se vive con un sabor especial.

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Paraguay vuelve a un Mundial.

Después de años de espera, de partidos que parecían eternos y noches con los nervios a flor de piel, el grito se hizo realidad.

Lorenzo, con su camisa albirroja, no puede evitar sonreír mientras recuerda ese gol, la jugada, el instante preciso de la pelota girando hacia el arco y el tiempo que pare­ció detenerse.

Porque para él, como para muchos, este no es solo un torneo más. Es la oportunidad de mostrar al mundo que somos un pueblo que no se rinde, que encuentra en el fútbol una forma de ser y de estar juntos.

Somos paraguayos, que el mundo sepa que venimos de la tierra del gran Luis Alberto del Paraná, de Augusto Roa Bastos, del inmortal Mangoré y la universal Berta Rojas.

Somos de la tierra de Arsenio Erico, ese genio del fútbol que dejó una huella imborrable, y de José Luis Chilavert, orgullo de nuestra historia deportiva.

Estos nombres no solo hablan de talento, sino de un espíritu inquebrantable que se transmite.

El asado, la cerveza y la alegría son parte inseparable del ser paraguayo. No es solo comida o bebida: es la excusa perfecta para reunirse con amigos, para compartir anéc­dotas, para reír y recordar.

En cada pedazo de carne, en cada trago, está el sabor de la esperanza cumplida, la huella que esta clasificación deja en nuestras vidas.

Lorenzo sabe que hoy el mundo volverá a mirarnos, que los ojos de millones estarán puestos en nuestra selección, y que esta vez, con más fuerza, con más fe, estaremos ahí, firmes, dejando todo en la cancha.

Porque más allá de los nombres, de las estra­tegias, está la pasión que nos une, esa que se cocina en el fuego lento del asado y se refresca con la cerveza bien fría, mientras el corazón late al ritmo del himno nacional.

Volvemos al Mundial, algo que es mucho más que un logro deportivo. Es una fiesta popular que nos recuerda quiénes somos.

Y Lorenzo, ese hombre de barrio, común, con su sonrisa abierta, sabe que esta vez, la alegría tiene un sabor inolvidable.

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