DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista
  • marianonin@gmail.com

Tenía trece años y todavía jugaba con una muñeca que alguien le regaló en una Navidad olvidada. En San Pedro del Ycuamandyyú, donde las calles de tierra se mezclan con la resignación, la infancia dura poco.

La primera contracción le llegó en la madrugada, en la pieza sin ventanas, con un calor que pegaba contra las paredes como si todo el barrio respirara encima de ella.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Nadie le había explicado qué iba a pasar con su cuerpo. Ni siquiera sabía que estaba embarazada hasta que las vecinas comenzaron a murmurar sobre la panza que le crecía. Vamos a llamarle María, un nombre ficticio de una historia real.

La llevaron al hospital en una moto prestada.

Los médicos hablaron de “paciente adolescente”, como si eso pudiera suavizar el hecho brutal: era una niña.

En San Pedro, la tasa de pobreza ronda el 35 %, y el embarazo adolescente se dispara como una consecuencia natural de esa carencia múltiple: falta de escuelas que enseñen, falta de hospitales que acompañen, falta de justicia que proteja.

Pero, volvamos a María. El cuerpo que debería correr, reír, estudiar, aprender, fue convertido en campo de batalla por un embarazo forzado.

En Paraguay, según datos del Ministerio de Salud y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, cada día dos niñas de entre 10 y 14 años se convierten en madres.

Son más de 700 al año.

Y si ampliamos la mirada hasta los 19 años, las cifras son aún más graves: una de cada cinco mujeres que da a luz es adolescente.

No se trata de estadísticas frías. Se trata de infancias arrancadas.

La mayoría de estas niñas provienen de contextos de pobreza, y en muchos casos los embarazos son producto de abusos intrafamiliares.

El silencio se combina con la desidia institucional: casi siempre la denuncia nunca llega, o si llega, queda archivada en algún expediente sin rostro.

Mientras tanto, la vida de estas niñas se acorta. El embarazo precoz multiplica los riesgos de mortalidad materna y de complicaciones severas en el parto. Su educación se interrumpe, sus sueños se arrugan como hojas que no llegaron a desplegarse.

¿Y nosotros?

Parecemos acostumbrados. Nos horrorizamos un día, compartimos una noticia en redes, y al siguiente pasamos la página, como si la infancia fuera descartable.

No lo es.

Cada una de esas niñas que dan a luz es una triste historia que fue obligada a convertirse en estadística. Y mientras sigamos naturalizando el abuso, la omisión y el silencio, los partos de niñas seguirán siendo el testimonio más cruel de nuestro fracaso como país.

Pero esa, es otra historia.

Etiquetas: #La infancia

Déjanos tus comentarios en Voiz