- Por Juan Carlos Dos Santos G.
- juancarlos.dossantos@nacionmedia.com
El despliegue militar estadounidense en el Caribe ha reactivado la pregunta de fondo: ¿hasta dónde está dispuesto Washington a llegar para capturar a Nicolás Maduro, acusado por el Departamento de Justicia de liderar el Cartel de los Soles? La hipótesis de una incursión militar no es nueva, pero las tensiones recientes le devuelven vigencia.
Maduro respondió con la retórica de siempre: “Si nos invaden, estamos preparados para la lucha armada”. Esa frase encierra un doble mensaje. Por un lado, se aferra al discurso antiimperialista que lo mantiene vivo políticamente. Por otro, lanza una advertencia peligrosa: convertir a Venezuela en un escenario de guerra irregular, donde las Fuerzas Armadas, las milicias chavistas y grupos irregulares aliados entren en combate prolongado contra una potencia militar abrumadora como Estados Unidos. Sin embargo, tampoco duda en pedir ayuda a las Naciones Unidas, organismo al que muchas veces ha denigrado como instrumento multilateral.
El antecedente de Panamá en 1989, cuando Washington capturó a Manuel Noriega, ronda en la memoria. Pero las diferencias son notorias. Hoy, Venezuela no solo cuenta con estructuras militares más complejas, sino que está alineada con Rusia, China e Irán, potencias interesadas en sostener al régimen chavista como pieza de presión geopolítica contra EE. UU. Una intervención directa, aunque factible en lo militar, tendría costos diplomáticos y estratégicos que podrían superar los beneficios inmediatos.
Pero más allá de la geopolítica, lo que queda claro es que Maduro no tiene ningún problema en sacrificar a los venezolanos con tal de cumplir su cometido: mantenerse en el poder. Al hablar de “lucha armada”, no promete defender al pueblo, sino usarlo como escudo humano de su supervivencia política. Para el régimen, la narrativa de invasión es útil: convierte al dictador en mártir, al narcoestado en trinchera y al ciudadano común en carne de cañón.
Estados Unidos puede capturar a Maduro, de eso no hay dudas. La verdadera pregunta es si está dispuesto a enfrentar el costo de encender un conflicto regional que podría prolongarse por años. En tanto, Venezuela sigue atrapada entre el autoritarismo de adentro y la presión de afuera, con una población que paga la factura más alta por la ambición desmedida de un hombre y la complicidad de su entorno.
Y aunque podría parecer que nos adelantamos demasiado a los hechos, es demasiado importante pensar qué plan tendría Venezuela para una era postsocialismo del siglo XXI.