• Víctor Pavón (*)

Si una sociedad produce 100 y el Estado se lleva 40 y luego 10, entonces antes disponía de 60 y ahora de 90. Solo por esta situación, el nivel de capitalización se incrementa por cuanto que habrá más dinero genuino (producto del ahorro y la inversión privada) circulando en el mercado.

Si ese país que antes disponía de 60 y ahora utiliza 90 en la creatividad e innovación empresarial creando negocios y haciendo mejoras, contratando recursos humanos y aumentando los salarios, todo ello es un hecho sensacional por sus inmensos beneficios en la sociedad.

Sin embargo, la cuestión no pasa únicamente por disponer de más dinero. No es la cantidad de dinero la que permite el mejoramiento de las condiciones de vida. Es el capital previo ahorro y esto solo puede darse en el sector privado.

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Se trata de que el dinero como medio de intercambio se convierta en capital para elevar la productividad. Me refiero a que esto no solo es una cuestión mercantil. Es también un tema de valores que hace a la dignidad de las personas.

Es un asunto de propiedad privada supeditada a la libertad de elegir. De hacer o no hacer con lo que logramos por medio de nuestro esfuerzo, talento y conocimientos. Si se acepta la existencia del Estado, entonces su función debe ser limitada.

Debe interferir lo menos posible sobre la creación del ahorro y la inversión de individuos, familias y empresas. Esto es menos impuestos, deudas, trámites y oficinas.

Luego de los portentosos logros del capitalismo liberal, no obstante, lo que está pasando en el presente en las democracias modernas es muy diferente. Se viene aumentando el peso del Estado; crece el gasto público en todas sus facetas como porcentaje del producto interno bruto (PIB) siendo negativo el impacto sobre el crecimiento, la creación de empleos y los salarios.

Considero, por ello, ser precavidos sobre aquello de que nuestro país es rico pero está mal administrado. La mala administración se traduce en medidas de más gasto para financiar programas innecesarios de multimillonarias sumas de dinero administradas por inmensas burocracias muy difíciles de desechar dados los intereses políticos en juego.

Es el insaciable Estado convertido en Leviatán, como acertadamente dijo Thomas Hobbes en su magna obra.

La mala administración, finalmente, se debe a que como se cuenta con suficientes recursos, el despilfarro es su nota dominante para así originar riquezas mal habidas. Surgen la injusticia y el privilegio. Pocos se benefician en detrimento de la mayoría. No hay de otra, hay que reducir al mínimo el gasto estatal.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la república”.

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