En medio del metafórico ruido infernal de los conflictos diarios que no terminan nunca, porque si no se trata de la destitución de un intendente, puede que una armada poderosa se acerque al mar Caribe para poner en su lugar a un dictador narco, o tal vez los mismos viejos militares de siempre preparan una nueva avanzada que terminará en masacre de jóvenes que jamás pidieron estar en una guerra.
El ruido de hoy en día es tan ensordecedor en todas partes, que al final uno termina acostumbrándose, resignado. Y no es el altísimo nivel comparable al de las ensordecedoras vuvuzelas, sino los bochinches diarios los que el ciudadano común debe soportar sin perder el juicio. O por lo menos, no perderlo del todo. Porque quien más quien menos, todos tienen flojo un tornillo.
Toda esta introducción, que describe el grado de tilinguería mundial; sin embargo, tiene ahora una luz en el fondo de la oscuridad. Sí, por más que parezca increíble, en medio del caos este martes 19, de agosto nos enteramos de una noticia que puede traer un poco de paz mental a miles de personas. Y eso no es poca cosa.
Según el ministro de Educación –quien tras el larguísimo feriado organizado por docentes como protesta para exigir lo mismo de siempre, es decir, más plata y menos clase–, Luis Ramírez anunció algo que hasta ahora no habían reclamado: destinar nada menos que dos mil rubros para que sean incorporados profesionales psicólogos al sistema educativo y así los alumnos puedan recibir la atención necesaria que se merecen.
Para tener en cuenta, según indicaron, en todo el Paraguay solo existen unos 1.500 especialistas del rubro para aproximadamente 6.800 establecimientos educativos. De este modo, si las matemáticas no mienten, actualmente solo hay 0,2 psicólogos para hacer diagnósticos a alumnos, padres de alumnos, orientadores o profesores guías.
Con tantos jóvenes inundando el mercado laboral, que luego de finalizados los estudios logran conseguir un sueldo miserable –si tienen suerte– o buscan un local comercial para ser explotados realizando multitareas, el panorama no es nada alentador.
Obligados por la situación, el joven debe mostrar siempre una sonrisa y aceptar todo tipo de vejaciones sin chistar porque de otro modo pueden ser despedidos. Ser un recomendado y ganar (o mejor cobrar) bien es una utopía. El sueldo no alcanza y los trabajos son indignantes, pero hay que trabajar y ni siquiera se puede pensar en una jubilación. Como piedra, la sonrisa siempre presente muestra felicidad al cliente, pero en el fondo lleva escondida una máscara que día a día, gota a gota, se convierte en rabia y frustración. Y con el tiempo, las consecuencias afloran de distintas maneras.
Como dijimos al principio, en medio del metafórico ruido infernal de los conflictos diarios, los que pueden, suben a las burbujas de tranquilidad en las que viven sin ruido, con dinero suficiente, incluso derrochando, lejos de las necesidades, pero a los jóvenes y marginados no les queda de otra más que apretar los dientes y rumiar injusticias. Luego de comer, se olvidan del hambre ajena.
Las clases pasarán, el ciclo escolar será historia, los compañeros de antaño se dispersarán y cada uno buscará su rumbo, pero todos quedarán marcados por no haber sido tenido en cuenta el aspecto psicológico.
Y con el tiempo la sociedad se pregunta por qué hay tanto desastre. Sin ir más lejos, un simple partido de fútbol se convierte en batalla campal, como ocurriera hace unos días en el encuentro U de Chile e Independiente, catalogado como “catastrófico”.
Pero falta mucho en el sistema educativo, de todo, demasiado. Desde el nivel de los maestros hasta la educación de los alumnos que repiten la misma historia generación tras generación, pero no aprenden sobre el respeto a los mayores; son expertos en celulares, pero no en libros; vuelan con la tecnología, pero no entienden de empatía.
Hay ciertas culturas en las que si a un ciudadano se le cae la billetera, el que la encuentra la deposita en la primera estación de Policía que tiene a mano. ¿Cuántas billeteras perdidas son devueltas entre nosotros?
No hace falta ser psicólogo para realizar una sencilla prueba. Preguntaríamos ¿cuántas veces mentiste hoy? O, con un poco más de suavidad, ¿cuántas medias verdades dijiste hoy? O, ¿a cuántos habrás engañado hoy cuando te acuestes esta noche en la cama?
Esta nueva camada de psicólogos que pueden entrar a formar parte del sistema educativo no será suficiente, pero es posible que sea el comienzo del cambio en la mente de tantos jóvenes que exigen en silencio.