• Por Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino

Estas palabras, a primera vista, nos resultan extrañas. Parecen estar en contradic­ción con otros títulos que se dan a Jesús, como por ejem­plo: “Príncipe de la Paz”. Nos resuena en los oídos cuando Él mismo dijo a los apóstoles: “La paz esté con ustedes”.

Sin embargo, no debemos olvidar que Jesús también dijo: “La paz que les doy no es como la que da el mundo”, y aquí encontramos la clave para entender el texto de hoy.

En el mundo, estar en paz significa no tener conflictos, vivir sin discusiones, tolerar todo, aceptar sin luchar lo que venga. Esta paz es solo una máscara, que muchas veces encubre injusticias, malos tratos, desprecios… Es una paz mediocre que, por evitar conflictos, cierra los ojos ante el mal, permi­tiendo que conviva con el bien. En esta falsa paz, quien pierde es el bien, pues el pre­potente impone su poder y opresión de muchas mane­ras. Esa no es la paz de Jesús.

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Él vino justamente a hacer lo contrario. Vino a divi­dir el bien del mal y a sos­tener la lucha del bien con­tra todos los engaños y las armas desleales que el mal siempre quiere utilizar. Por eso Jesús hoy habla con tanta fuerza. No vino para que el bien y el mal se den la mano. No vino a poner paños calientes sobre tan­tas situaciones de opresión y dolor, ni para que los que sufren finjan que están bien y continúen soportándolo todo, creando una ilusión de paz.

La paz que Jesús nos trae es una paz inquieta, cansada, sudada, sufrida. Es la paz de quien no se retrae ni se des­figura solo para no incomo­dar. Es una paz que nace de la lucha por la promoción del bien. Es una paz que exige sanar las heridas, y que el mal renuncie a su preten­sión de aplastar a todos.

Quizás esto nos asuste un poco, pues tantas veces el mundo intenta convencer­nos de que lo mejor es callar, someterse, tolerar lo que sea, para mantener supuesta­mente la paz. Ciertamente, no se trata de que debamos ser promotores de guerras, y menos aún de aquellas que defienden injusticias. Jesús quiere que promovamos la paz, pero una paz que nace de la justicia, una paz que pasa por el reconocimiento de que el mal no puede pros­perar. Fuera de esto, la paz será solo una máscara, una ilusión.

Que Jesús nos encienda con ese fuego que promueve el bien de todos y vence al mal.

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